miércoles, abril 13, 2011





Don Antonio Machado Ruiz ha marcado a generaciones de poetas e intelectuales, aunque su voz permanece también en el alma del pueblo, del pueblo al que tanto reivindicó y amó. Para Machado la poesía es “palabra en el tiempo”. No vale nada si no sirve de nada, si nadie va a pronunciarla, si a nadie le importa. Por eso imprimió en sus poemas su propia vida, por eso su obra es el reflejo de su existencia. Antonio Machado no dejó de escribir nunca; es más, lo hizo frenéticamente en los inicios de la Guerra Civil, para “la Vanguardia” y para “Hora de España” que, por aquel entonces, dirigía Rafael Alberti. Es más, como él mismo diría:
“Ahora que está uno viejo tiene más ganas de trabajar que nunca”.

Machado nació en Sevilla, el 26 de julio de 1875, en el Palacio de las Dueñas. Jamás iba a olvidar la luminosidad sevillana que siempre irían con él:
“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero”

En 1893 se trasladó, con la familia, a Madrid. Su padre había muerto y toda la familia quedaba al cuidado del abuelo, Catedrático de Facultad, que se trasladó a la capital para formar parte de un extraordinario proyecto: la Creación de la Institución Libre de Enseñanza. Él y su hermano Manuel, mayor que Antonio, se matricularon en esta institución que iba a marcarle toda la vida, así como Don Giner de los Ríos al que dedicó un Elogio hermosísimo con motivo de su muerte:
“Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo. Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?... Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas”.

Antonio Machado nunca volvería Sevilla, aunque, como dijimos, recordaría siempre el lugar donde nació. Su hermano Manuel sí regresó; de ahí que su poesía tal vez tenga más colorido que la de Antonio, que es más sobria y concisa:
“La plaza y los naranjos encendidos
con sus frutas redondas y risueñas”.

En 1895 murió el abuelo y su situación se hizo penosa. Tanto Manuel marchó a París y, al poco tiempo, en 1899, fue Antonio. Allí trabajaron como traductores para la editorial Garnier y allí conocieron a Rubén Darío y a Baroja, a la vez que entraban en contacto con la cultura y la política francesas.
En 1900 regresaron a España y Antonio tuvo que replantearse su vida. No sabía muy bien qué hacer, incluso trató de ser actor de teatro, aunque, como galán, no tenía mucho futuro. Acabó sus estudios de bachillerato y regresó a París en 1902 donde contactó de nuevo con Rubén Darío. A finales de 1903 publica su primer libro de poesía, “Soledades”. Y empieza también a ser conocido en las revistas literarias del momento: “Helios”, “Alma española”, “Blanco y Negro”...
Este primer libro recibe las influencias del Modernismo, aunque no se trata del Modernismo rutilante de Rubén Darío, sino de un Modernismo más contenido y sobrio. Al Machado de las soledades le preocupa obsesivamente la muerte, es como si el poeta fuese una persona mayor, desgastada por la vida, dolida y doliente:
“Al borde del sendero un día nos sentamos.
Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita
son las desesperantes posturas que tomamos
para aguardar... Mas Ella no faltará a la cita”.

Se muestra como una persona que tiene mucha experiencia, aunque se trata aún de un hombre joven, sólo que, por lo que leemos, envejecido prematuramente:
“He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas”.

Antonio Machado alude a paisajes otoñales que reflejan su estado de ánimo, a jardines solitarios, a crepúsculos, a la tarde:
“Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?”

Machado se presenta como alguien que ha perdido la ilusión, a quien le preocupa la muerte:
“La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
-Sí, yo era niño, y tú, mi compañera”.

Gracias a este primer libro, Machado empieza a ser conocido y a tener algún prestigio. Empieza a participar en alguna tertulia, aunque su carácter nunca fue muy locuaz. Y trata de encontrar algún futuro para su vida. Al ser buen conocedor del francés, decide opositar para catedrático y en 1907 obtiene la cátedra de francés del Instituto de Soria. Ese mismo año se publica la segunda edición de “Soledades”; es decir, “Soledades, Galerías y otros poemas”.
“Soledades, Galerías y otros poemas” (1907) sigue en la línea de la poesía machadiana intimista, sobria, de un modernismo atemperado. Emplea continuamente elementos simbólicos como las galerías o la fuente. Aquí Machado comienza a desdoblarse en distintos objetos para iniciar el soliloquio consigo mismo, lo cual fue una constante de su obra. Es un libro maduro, aunque aún se refiere a la muerte, pero amplía los motivos y alude, entre otros, a la luz, la sombra, el agua, el ciprés... Machado se ve a sí mismo sin un norte:
“así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios en la niebla”.

“.... ¿Qué buscas,
poeta, en el ocaso?”.

“Poeta ayer, hoy triste y pobre
filósofo trasnochado,
tengo en monedas de cobre
el oro de ayer cambiado”.

Machado, en Soria, se hospeda en una pensión en donde conoce a la hija de los dueños, Leonor Izquierdo Cuevas. No sabemos muy bien qué ocurrió entre la niña y el poeta; pero la verdad es que el 30 de julio de 1909 se casaron. La boda no gustó mucho en Soria por la diferencia de edad entre los contrayentes ya que Leonor sólo tenía 16 años. Posiblemente, Machado, que nunca había tenido un amor de verdad, ve en Leonor la ternura, la compañía, el sosiego que a él le falta, el afecto. Bien dice el poeta cuando habla de sus conquistas:
“Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
-ya conocéis mi torpe aliño indumentario-,
mas recibió la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario”.

En 1911, gracias a una beca, Machado va a París con Leonor para asistir a unos cursos con Bergson, el filósofo. Por aquel entonces a nuestro poeta comenzaba a atraerle mucho la filosofía. Allí, y lo podemos imaginar con angustia, Leonor, el 14 de julio, sufre los primeros indicios de su enfermedad, la tuberculosis. La angustia debió de ser enorme y, con penalidades, regresaron a Soria. Allí, Machado se convirtió en el enfermero de su esposa, por la que escribió los mejores versos:
“Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera”.
No valieron las esperanzas y Leonor murió el 1 de agosto de 1912:
“Una noche de verano
-estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa-
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
-ni siquiera me miró-,
con unos dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón,
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos!”

Leonor está enterrada en el cementerio de El Espino, en Soria, bajo una lápida muy sencilla en donde puede leerse “A Leonor, Antonio”. Y ya no hay más. Muerta su esposa, nada lo ataba con Soria y Machado consiguió el traslado a Baeza, en Soria quedaron unos pocos amigos, entre ellos, José María Palacio al que encarga una misión:
“Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra”.

En 1912 también se publica su siguiente libro, “Campos de Castilla” en donde, sin abandonar su bagaje anterior, se acerca más a la actitud de los autores del 98 puesto que nos habla de la Meseta y crítica ciertos aspectos del alma española, como el cainismo, así lo vemos en “La Tierra de Alvargonzález”. No obstante, en el libro se incluyen unos poemas bellísimos en torno a la enfermedad y muerte de su esposa:
“Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena”.

En el libro encontramos tres maneras de escribir, tres formas de entender la realidad: narrativa, descriptiva y meditativa. Machado empieza describiendo y narrando, pero acaba meditando, envuelto en pensamientos. Machado está en Baeza y, desde allí, recuerda lo que dejó en Soria y lo plasma en sus versos; aunque lo hace pasándolo por el tamiz de lo subjetivo y personal ya que el paisaje refleja su estado de ánimo.
En Baeza, Machado recupera su Andalucía, aunque muy distinta del ambiente sevillano:
“En estos campos de la tierra mía,
extranjero en los campos de mi tierra”.

Su madre, Ana Ruiz, va a acompañarlo y ya nunca se separará de él. En Baeza, Machado forma parte de una tertulia literaria y vive años de tranquilidad, pero también de gran melancolía y nostalgia. Se interesa mucho por la filosofía, tanto que acaba la carrera y sigue escribiendo poemas que lo llevan continuamente a Soria:
“¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño...”.

En 1919 pide el traslado de nuevo y le conceden la plaza en Segovia. Desde allí les es más fácil ir y venir de Madrid. Machado nunca tuvo casa propia, siempre se alojó en pensiones, en cuartos pequeños, sin apenas mobiliario, lo cual le imprimió ese carácter de monje austero que siempre tuvo.
A Segovia va a verlo una escritora poco conocida, llevada de la fama del poeta. Es Pilar de Valderrama, la musa del poeta. Con Pilar, el poeta alcanzó el amor otoñal y volvió a vestir su corazón de ilusión, aunque había un problema y es que Pilar estaba casada. Por lo tanto, esta relación se mantuvo en secreto y en los poemas de Machado, Pilar es Guiomar, de cuya existencia se dudó mucho tiempo:
“Tu poeta
piensa en ti. La lejanía
es de limón y violeta,
verde el campo todavía.
Conmigo vienes, Guiomar;
nos sorbe la lejanía”.

Desde Segovia recupera otra vez el mundo castellano y publica “Nuevas Canciones” (1924). Repite algunos temas ya conocidos, pero se acerca más al Cancionero, así lo atestiguan sus “Proverbios y Cantares”:
“En preguntar lo que sabes
el tiempo no has de perder...
Y a preguntas sin respuesta
¿quién te podrá responder?”

En 1932, con la II República en el poder, de la cual Machado fue ferviente defensor, consigue el traslado a Madrid. Y allí puede citarse con Guiomar, aunque sea de manera clandestina. Fueron años hermosos para el poeta. La propia Pilar, con los años, escribió un libro en donde desvelaba el secreto, “Sí, soy Guiomar”.
Con el paso del tiempo, su poesía se hizo concisa, filosófica. Machado dejar de ser casi poeta y empieza a ser más filósofo. Machado también escribió en prosa. Se recoge en “Los Complementarios”. Empieza a crear su galería de heterónimos y a distintas figuras como Abel Martín y Juan de Mairena, que se convertirán en sus alter ego:
“Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía”.

La figura de Juan de Mairena, entre bromas y veras, le permite hablar de estética, metafísica, lógica y un sinfín de temas que interesan al poeta.
Con el advenimiento de la Guerra Civil, que Machado siempre criticó y denostó, el poeta y su familia siguen la peripecia del gobierno republicando. Cuando cae Madrid, abandonan la ciudad y pasan a Valencia. Aquí escribe para la prensa e interviene en el Congreso de Escritores Antifascistas. En 1938 están en Barcelona, primero en el Hotel Majestic y después en la Torre Castañer. La situación es cada vez más difícil y pasan penalidades. El poeta enferma, mientras Guiomar ha salido hacia Portugal, la distancia es insalvable:
“De mar a mar entre los dos la guerra,
más honda que la mar. En mi parterre,
miro a la mar que el horizonte cierra.
Tú, asomada, Guiomar, a un finisterre,
miras hacia otro mar, la mar de España
Que Camoens cantara, tenebrosa”.

Los acontecimientos históricos y políticos hacen que Machado escriba una poesía de compromiso, sus “Poesías de Guerra” como la dedicada a Líster:
“Si mi pluma valiera tu pistola
de capitán, contento moriría”.

O el soneto que dedica a la muerte de un niño o la elegía a Federico García Lorca:
“El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!”

El 22 de enero abandonan Barcelona camino del exilio francés. Salen en un autocar que ha organizado la Universidad Autónoma de Barcelona en el que viajan Carles Riba, Tomás Navarro Tomás y otros. De ese momento es la última fotografía que tenemos del poeta, que nos lo descubre como un hombre prematuramente envejecido, viejísimo. En Figueras han de dejar el autobús y una ambulancia republicana los lleva hacia el Ampurdán. Machado viajaba con su hermano Pepe, su cuñada y su madre, Ana, enferma y ya con demencia senil. Antonio Machado ha de dejar su maletín con sus textos, que nunca más recuperamos. Se hizo cierta su profecía:
“Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje
casi desnudo, como los hijos de la mar”.

En Francia ni tienen nada. Su dinero ni sirve y las penalidades acechan. Consiguen instalarse en Collioure, en casa de Madame Quintada, una mujer que simpatizaba con la causa republicana. Allí Machado pasa sus últimos días. Sale a pasear cuando puede por la playa hermosa del pueblo y escribe el que es su último verso:
“Estos días azules y este sol de la infancia”.

La guerra separó a los dos hermanos, a Manuel y a Antonio, con un tajo grande, puesto que Manuel quedó en Sevilla en la zona nacional y ya nunca se volvieron a ver. El 22 de febrero del 39, enfermo y cansado, don Antonio Machado muere y a los dos días su madre, que estaba en la cama de al lado, parece recobrar por un momento la lucidez y muere también, detrás del hijo al que más quiso, porque era el que menos tuvo. Los dos son enterrados en el cementerio de Collioure, en un panteón que les presta una amiga de la patrona de la pensión. La ceremonia es breve y presidida por la tristeza y el dolor. Con el tiempo, los amigos de Machad costearon esa tumba y allí está, muy cerca del mar, soñando sus “últimos caminos”.
La vida de Antonio Machado, como estamos viendo, no puede separarse de su obra, van unidas sin remedio. Don Antonio fue un hombre de grandes silencios, de extrema sobriedad, pero de pensamiento profundo e intenso. Su vida viene marcada por algunos elementos clave:
-su formación en la Institución Libre de Enseñanza.
-su contacto con Madrid.
-su estancia en Soria.
-el matrimonio con Leonor y su muerte.
-la presencia de Guiomar.
-la estupidez de la guerra.
La poesía de Machado no envejece porque está hecha del material sensible, de lo más profundo de los humanos. Sus poemas siguen causando emoción, dolor; siguen rezumando melancolía y nos siguen acompañando y haciendo mejores, hoy como ayer, como siempre. Al fin y al cabo:
“Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
El traje que me cubre y la mansión que habito,
El pan que me alimenta y el lecho en donde yago”.

PARA SABER MÁS

-Antonio Machado: “Poesías Completas”, Madrid, Espasa-Calpe, 1991. (Austral, 33)

-Ian Gibson: “La vida de Antonio Machado. Ligero de Equipaje”, Madrid, Aguilar, 2006

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