miércoles, abril 13, 2011





ALGUNOS DATOS BIOGRÁFICOS
Francisco Umbral forma parte de esa generación de escritores nacidos en la Guerra Civil y que se fueron fraguando poco a poco, a base de golpes, de desilusiones, pero también de esperanzas y de cambios. “El escritor –como escribió él mismo- es una de las formas más corroborantes de ser hombre. Uno se está corroborando en cada línea, y luego la sociedad, a poco éxito que se tenga, nos corrobora todos los días como individuos incanjeables con su reconocimiento. ¿Se elige el ser escritor por miedo a no ser, a no existir?” (“Los cuadernos de Luis Vives”, pág. 102).
Umbral, cuyo verdadero nombre era Francisco Pérez Martínez, nació en Madrid el 11 de mayo de 1935 y falleció el 28 de agosto de 2007, en Boadilla del Monte, hace ahora, pues, dos años.
Umbral hizo de sí mismo un personaje literario, no en balde ocupa, por vocación propia, un lugar entre Unamuno y Valle-Inclán en el diccionario de las letras españolas. Su aspecto inconfundible, con la bufanda al cuello, la mirada incisiva y esa respuesta mordaz, pronta al sarcasmo, aunque llena de ternura en el fondo caracterizaron siempre sus apariciones en público, no exentas de polémica muchas veces, ya que Umbral, fiel discípulo de Cela, también fue capaz de agitar nuestras conciencias dormidas. Umbral tocó como nadie las honduras del alma, así, por ejemplo, habla de su vida de adolescente:
“La vida me parece a mí que va perdiendo los colores a medida que vivimos. Las mañanas, aquellas mañanas, tenían una luz que era como una lenta y creciente explosión del mundo, una pacífica catástrofe cósmica, un dulce torbellino en que todo se henchía y el mundo tenía más mundo que espacio, más tiempo que horas.
La vida, entonces, nos entraba por los ojos como color. Ahora sólo nos entra como costumbre, como figura, como realidad. No hay gozos de la vista más que cuando se es muy joven. Diría yo que todos nos adentramos como en una ceguera perspicaz, en una ceguera que se ve, en una ceguera vidente, a medida que vivimos. Seguimos mirando las cosas, pero ya no las vemos como entonces” (“Los cuadernos de Luis Vives”, pág. 83).
Para Umbral la literatura, la lectura, la escritura han sido siempre fuente de reflexión, de dolor, incluso, ya que le sirvió para explicarse a sí mismo, como leemos en “Mortal y Rosa”:
“De muy pequeño la literatura fue para mí lo que luego he sabido que se ha llamado la novela familiar de los neuróticos, la epopeya del niño expósito o del bastardo, una configuración ideal del mundo, un alejamiento de la realidad. “ (pág. 136).
De palabra rápida y precisa, Umbral vivió no pocas polémicas debidas a su manera bronca de responder y a su capacidad para molestar a los demás. En 1993, en un programa de televisión española, llamó “paletos” a los habitantes de Aranda de Duero que habían recibido muy bien a José María Aznar y, en cambio, habían rechazado a Felipe González. En esa misma cadena, en el programa de Mercedes Milá, Umbral pasó al anecdotario nacional al enfadarse con la presentadora y espetarle la tan célebre frase de “yo he venido aquí a hablar de mi libro”. En 1995, a raíz de la publicación de su “Diccionario de literatura” tuvo un choque con la escritora Rosa Chacel que lo llamó “perfecto imbécil” ya que él la había calificado de “bruja cruzada de Mary Poppins”. En fin, son aspectos que nada tienen que ver con la literatura pero que contribuyeron a engrosar el mito del mal carácter de Umbral.
Sus obras, por tratar de clasificarlas de alguna manera, recogen elementos de la ficción, la autobiografía, la crónica periodística y el ensayo, entre otros, aunque Umbral ha sido el escritor que menos fronteras ha visto entre los géneros.
Otro de sus aspectos esenciales es que Umbral ha sido un artífice del lenguaje. Sus registros, su riqueza, su facilidad de pasar de un tono a otro, su capacidad camaleónica de ir del lirismo a la ternura, del ingenio a la desenvoltura cínica, de la amargura a lo lúdico hacen que, sin duda, su aportación a las letras españolas haya sido decisiva. En el fondo de sus textos, late el ansía de afecto, una ternura contenida que, a veces, pugna por salir. Umbral sufrió mucho, por eso contuvo tanto sus afectos:
“No huyo mi dolor, no me lo dosifico, como el suicida precavido o la dama sin sueño. Bebo y bebo. Me fulminará el veneno o lo agotaré. No quiero cucharaditas de plata para sufrir. A morro, directamente, bebo a borbotones sangre de niño, muerte de niño, la hemorragia necia y dulce del mundo”. (“Mortal y rosa”, 161).
A Umbral le marcó, desde nacimiento, el despego que su madre, Ana María Pérez Martínez, mostró por él, ya que era hijo natural. Este hecho acentuó la sensibilidad del pequeño Francisco: “Y yo sufría –dice- orfandad de madre durante el resto de la jornada, y lo llenaba como podía (aventuras, amigos, chicas, putas, el río), siempre sobre un fondo gris, vacío, triste y violento de huérfano que se rebela” (“Los cuadernos de Luis Vives”, pág. 18). Hay que añadir que pasó su infancia en Valladolid porque fue llevado a Madrid sólo para nacer; de hecho él se consideraba vallisoletano y a la capital del Pisuerga une toda su infancia y adolescencia. No obstante, para él, Madrid fue importante y decisivo:
“Renunciar a Madrid sería renunciar a mí mismo. Nací en Marid, dato que aquí no interesa demasiado, pero, aunque hubiese nacido en Triana, creo que mi vocación sería Madrid, que tiene un poder aglutinador que lleva a la diabla, como si nada, pero que ahí está. En países tan centralizados como España y Francia, donde hay que triunfar es en la capital. La gloria de provincias es como tirarse a una fea: ha sido fácil, pero no valía la pena” (“Los cuadernos de Luis Vives”, pág. 176).
Sus primeros cinco años los pasó en Laguna de Duero y empezó muy tarde el colegio, a los 10 años, parece que por motivos de salud. Ahora bien, su paso por las aulas estuvo lleno de problemas porque no fue un niño dócil, sino rebelde y problemático; tanto que fue expulsado del colegio y ya no se matriculó. Ahora bien, al pequeño Francisco le gustaba mucho leer y se formó a sí mismo, como autodidacta. A los 14 años empezó a trabajar como botones y, ya en Valladolid, inició sus colaboraciones para la revista “Cisne”, a la vez que se culturizaba yendo a conferencias y a todo tipo de actos literarios.
En 1959 empezó, gracias a Miguel Delibes, que pronto intuyó la madera de Umbral, a colaborar en “El Norte de Castilla”. Después se traslada a León y allí colabora en la emisora “La voz de León” y en los diarios “Proa” y “El Diario de León”. La vocación periodística de Umbral habría de acompañarle toda su vida.
Se casó en 1959 con María España Suárez Garrido, que sería, después, fotógrafa de “El País”. Tuvieron un hijo, al que llamaban cariñosamente Pincho que murió a los seis años de leucemia. Fruto del dolor que sintió Umbral por la muerte de su hijo escribió “Mortal y Rosa” (1975) si libro más hermoso, más íntimo, más sentido y más esencial. Debido a este golpe, Umbral se entregó a la literatura y generó esa pose de hombre distante y altivo, lo cual le causó más de un problema. En las páginas del libro leemos:
“Niño mío, hijo, fruta fugaz, manzana en el mar, siempre lo he dicho, milagro instantáneo, doblemente imposible, estoy aquí, en el desorden de tu ausencia, entre los colores, animales, objetos, hierros, ruedas y seres de tu mundo, tan muertos sin ti, juguetes de un sol solo que apenas los roza, y me mira tu ausencia desde todas las paredes, encarnas en fotografías cuando halago el tacto de la nada. No estás” (pág. 54).
En 1961 se trasladó a Madrid. Allí era asiduo del Café Gijón y se hizo muy amigo de Camilo José Cela, gracias al cual publicó sus primeros libros, como refleja en “La noche que llegué al café Gijón”.

Empezó a usar los seudónimos de Jacob Bernabéu y Francisco Umbral por aquellos años y, poco a poco, se convirtió en un cronista esencial, de prestigio en las revistas “La Estafeta Literaria” o “Mundo Hispánico”, o en “Ya”, “Norte de Castilla”, “Por Favor”, “Interviú” o “La Vanguardia”, entre otras publicaciones que podemos citar, aunque, por su importancia, hay que aludir a sus columnas para “El País” (1976-1988, para “Diario 16” y para “El Mundo”, cuya sección “Los placeres y los días”, iniciada en 1989, sólo habría de interrumpir la muerte, aunque ya en 2003 sufrió una grave neumonía que lo volvió frágil de salud.

Francisco Umbral estuvo a punto de ingresar en la Real Academia en 1986, apadrinado por Camilo José Cela, Miguel Delibes y José María de Areilza, pero no pudo ser y resultó elegido José Luis Sampedro. Tal vez eso contribuyese a crear su visión amargada y lúcida de la literatura:

“La literatura es una forma de paranoia que consiste en volver a decir lo que ya está dicho por el universo, por la naturaleza, por la vida, por otros hombres, que en lugar de palabras fabrican cosas. Esto, que en definitiva no sirve a nadie, tiene que servir, por eso mismo, al escritor. El escritor se dice a sí mismo el mundo incansablemente, mediante la descripción, la narración, la reflexión o la poesía”. (“Los cuadernos de Luis Vives”, pág. 151).

Siguió colaborando en distintas revistas, con un nombre ya consolidado, como se refleja en sus memorias periodísticas “Días felices en Argüelles” (2005). Entre los diversos volúmenes en que ha publicado parte de sus artículos pueden destacarse en especial “Diario de un snob” (1973), “Spleen de Madrid” (1973), “España cañí” (1975), “Iba yo a comprar el pan” (1976), “Los políticos” (1976), “Crónicas postfranquistas” (1976), “Las Jais” (1977), “Spleen de Madrid-2” (1982), “España como invento” (1984), “La belleza convulsa” (1985), “Memorias de un hijo del siglo” (1986), “Mis placeres y mis días” (1994).
PRODUCCIÓN LITERARIA
Francisco Umbral, como ya hemos dicho, se caracteriza por un estilo muy personal, difícilmente traducible, muy exigente consigo mismo y con la calidad de su obra. No ha sido un escritor fácil de leer, puesto que maneja muchos términos cultos, neologismos y otros elementos que hacen que su prosa sea, al principio, impenetrable, pero, poco a poco, cuando se aprende a entenderla, resulta de una belleza sobrecogedora. No es, por lo tanto, un escritor de bestseller, ni lo pretendió nunca. Es de minorías y de lectores que tienen prisa y quieren gustar del talento lingüístico del autor. Fernando Lázaro, por ejemplo, dice de él que “es uno de los primeros prosistas de la lengua española del Siglo XX” y Miguel Delibes añade que es “el escritor más renovador y original de la prosa hispánica actual”. A menudo, Umbral se sintió desengañado de la escritura, de los escritores, como leemos en el siguiente texto:
“... leo a los que fueron mis modelos y los leo de vuelta, no de ida, como entonces y siento ya lo que ellos sintieron, la gran frustración de haberse realizado, el vacío de la plenitud, el estar de brazos cruzados en el fondo, aunque exteriormente mueva uno mucho los brazos. Este braceo externo, braceo de labor, de abrazos, de trabajo, de actividad, de saludo, oculta un interior cruzamiento de brazos, un ocio, un estar de baja, cuando uno ya se ha dado de baja a sí mismo, inexorablemente, y vive en huelga de brazos caídos sin que nadie lo sepa”. (“Mortal y rosa”, pág. 173).
Umbral hizo del artículo un género nuevo, ya que lo revistió de un costumbrismo “antiburgués”, a la vez que trataba de llevar a sus textos aquellos aspectos propios de lo cotidiano y que, por serlo, pueden convertirse en sublimes:
“No se es escritor burgués –dice Umbral en “Los cuadernos de Luis Vives”- por hablar de cosas burguesas, sino por no hablar de otras cosas. La literatura no es sino una sublimación de la burguesía que juega a la contra” (pág. 67).
Umbral no dejó títere con cabeza, es cierto, y puso muy a menudo el dedo en la llaga, sobre todo en sus artículos políticos. Umbral, no obstante, hablaba así de sus artículos:
“Los críticos, los lectores, las gentes dicen que el escritor puede quemarse con tantos artículos, pero el escritor, contrito aterido, solo, doliente, huérfano de todo, lo que quiere es eso, más que nada, y ha encontrado en el artículo una forma de arder, de desaparecer, una labor inútil y fragmentaria en la que deshojarse y morir. El artículo fue mi hacha de guerra, mi estilete, el arma que me dio la vida para entrar a saco y vencer, la espada corta y segura con que conquistar y construir un pequeño imperio personal” (“Mortal y rosa”, pág. 186).
Si nos centramos, sólo por enumerarlos, en sus títulos de narrativa, veremos que Umbral fue un escritor prolífico a quien, en narrativa al menos, le gustaba evocar sus propias vivencias y recuerdos. De su muy extensa producción narrativa, en la que resaltan los aspectos autobiográficos, destacan: “Tamauré” (1965), “Balada de gamberros” (1965), “Travesía de Madrid” (1966), “Las vírgenes” (1969), “Si hubiéramos sabido que el amor era eso “(1969), “El Giocondo”(1970), sobre los ambientes homosexuales de Madrid; “Las europeas” (1970), “Memorias de un niño de derechas” (1972), “Los males sagrados” (1973), “Mortal y rosa” (1975), “Las ninfas” (premio Nadal, 1975), “Los amores diurnos” (1979), “Los helechos arborescentes” (1980), “La bestia rosa” (1981), “Los ángeles custodios” (1981), “Las ánimas del purgatorio” (1982), “Trilogía de Madrid” (1984), “Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo “(1985), “Nada en el domingo” (1988), “El día en que violé a Alma Mahler” (1988), “El fulgor de África” (1989), “Leyenda del César Visionario” (premio de la Crítica, 1992), “Madrid, 1940” (1993), “Las señoritas de Avignon” (1995), “Madrid 1950” (1995), “Capital del dolor” (1996), “La forja de un ladrón” (1997), “Historias de amor y Viagra” (1998), “Un ser de lejanías” (2001), “Los metales nocturnos” (2003), “Días felices en Argüelles” (2005), “Amado siglo XX” (2007). En 1995 Umbral inició una serie de novelas sobre los hechos más importantes de la historia de España en el siglo XX, a semejanza de los “Episodios nacionales” de Benito Pérez Galdós para el siglo XIX. Umbral se califica a sí mismo de prosista y dice:
“Soy prosista, y parece que estimable, por razones marxistas, porque nací rico y me crié pobre. La elección de la prosa fue en mí una rebelión inopinada contra las estructuras. Quería triunfar, vengarme, agredir, ser el que era, quería la grandeza exterior, el dominio, y no la resignación del poeta pobre pero honrado”. (“Los cuadernos de Luis Vives”, pág. 91).

Umbral también cultivó el ensayo en títulos como “La escritura perpetua (De Rubén Darío a Cela)” (1989), “Las palabras de la tribu” (1994), “Diccionario de literatura” (1995), “Madrid, tribu urbana” (2000) o “Los alucinados” (2001). En “Cela: un cadáver exquisito” (2002), ofrece su personal interpretación del que fue su maestro y amigo y en “¿Y cómo eran las ligas de Madame Bovary?” (2003) brinda una colección de cuarenta semblanzas breves de sus escritores preferidos. Como cronista, publicó Y “Tierno Galván subió a los cielos” (1990) donde analiza líricamente la transición política de España desde el fallecimiento de Franco en 1975 hasta el entierro de uno de los alcaldes más queridos de Madrid en 1986; en “El socialfelipismo: la democracia detenida” (1991) y “La década roja” (1993), desmenuza la presidencia ejercida por Felipe González y en “La República bananera USA” (2002), trata de los hechos ocurridos el 11 de septiembre en Nueva York, la guerra de los Estados Unidos en Afganistán y el gobierno de George Busch. Su preocupación por el lenguaje se muestra en el “Diccionario para pobres” (1977), el “Diccionario cheli” (1983) o “Las palabras de la tribu” (1994), mencionado anteriormente.

Ha publicado además ensayos biográficos y literarios con puntos de vista originales sobre autores clásicos de la literatura del XIX y del XX, como “Larra, anatomía de un dandy” (1965), “Lorca, poeta maldito” (1968), “Ramón y las vanguardias” (1978) y “Valle-Inclán. Los botines blancos de piqué” (1997) y otras más bien divulgativas como “Valle-Inclán” (1968); “Lord Byron” (1969); “Miguel Delibes” (1970); “Lola Flores, sociología de la petenera” (1971). Un capítulo especial en este apartado lo ocupan los libros autobiográficos, aunque la autobiografía, como ya hemos dicho, empapa también toda su obra narrativa y periodística, entre los que cabe destacar “La noche que llegué al café Gijón” (1977), “Memorias eróticas (Los cuerpos gloriosos)” (1992), “El hijo de Greta Garbo” (1977) y sus memorias periodísticas “Días felices en Argüelles” (2005).
PREMIOS
Umbral fue también un escritor muy premiado. Obtuvo el Premio Premio Nacional de Cuentos Gabriel Miró en 1964 con “Tamouré” y fue finalista del premio Guipúzcoa el mismo año por su novela corta “Balada de gamberros”. En 1965 su cuento “Días sin escuela” consigue el Premio Provincia de León. A fines de los sesenta es finalista al premio de cuentos Tartessos por “Marilén otoño-invierno”. Es finalista del Premio Elisenda de Moncada por “Si hubiéramos sabido que el amor era eso” (1969).En 1975 obtiene el Premio Carlos Arniches de la Sociedad General de Autores y ese mismo año el Premio Nadal de novela por “Las Ninfas”. Ya en los años 80 obtuvo el Premio González Ruano de Periodismo en 1980 por su artículo “El trienio”, publicado durante su etapa en “El País”; fue también finalista del Premio Planeta en 1985 con “Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo”.
En 1990 obtiene el Mariano de Cavia por su artículo periodístico “Martín Descalzo”, ya de su etapa en “El Mundo” y el Premio Antonio Machado con su narración corta “Tatuaje”. En 1992 su novela “Leyenda del César visionario” obtuvo el Premio de la Crítica 1991. En 1994 logra el Premio Juan Valera de literatura epistolar y el VII Premio Nacional de Periodismo de la Fundación Institucional Española. En 1995 recibe el Premio Francisco Cerecedo de la Asociación de Periodistas Europeos. En 1996 es Premio Príncipe de Asturias de las Letras; en 1997 es premio Fernando Lara por “La forja de un ladrón”. En 1997 el Ministerio de Cultura le otorga el Premio Nacional de las Letras Españolas por el conjunto de su obra y se le conceden la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid y el premio León Felipe a la Libertad de Expresión. Fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid (1999). En el año 2000 obtuvo el Premio Cervantes y en 2003 el Premio de periodismo Mesonero Romanos.

Umbral, pues, ha sido un escritor polémico, reconocido por unos y vilipendiado por otros que siempre se mantuvo fiel a sus propias ideas y a su manera de ver la vida. Con su muerte se cierra una obra valiente, difícil y también muy lírica. Umbral, sin duda, con el tiempo, merecerá una revisión que lo colocará al lado de los grandes maestros, sus modelos.
BIBLIOGRAFÍA
• Caballé, Anna: Francisco Umbral. El frío de una vida, Espasa-Calpe, 2004.
• Celmar, María P.: Francisco Umbral, Valladolid: Universidad, 2003.
• “EntreRíos”. Revista de Artes y letras nº 2, primavera verano, 2005 (Monográfico dedicado a Francisco Umbral con diversos estudios, un texto inédito y una selección de fragmentos de sus obras) Asociación Minerva de Artes y Letras (Granada).
• Gómez Calderón, Bernardo, Ladrón de fuego: la obra en prensa de Francisco Umbral. Málaga, 2004 Asociación para la Investigación y el Desarrollo de la Comunicación.
• López de Zuazo, Antonio: Catálogo de periodistas españoles del siglo XX. Madrid, 1981.
• Villán, Javier: Francisco Umbral. La escritura absoluta, Madrid: Espasa Calpe, 1996.
• Umbral, Francisco: Mortal y rosa, Barcelona, Destino, 1979, (Destinolibro, 65)
• Umbral, Francisco: Los cuadernos de Luis Vives, Barcelona, Planeta, 1996, La España Plural.
• Umbral, Francisco: Valle-Inclán. Los botines blancos de piqué, Barcelona, Planeta, (3 1998), La España Plural.
• www. wikipedia.com

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