sábado, junio 11, 2011

EL MARAVILLOSO MUNDO DE LO COTIDIANO


(ANÁLISIS DE LA LITERATURA INFANTIL
Y JUVENIL DE JUAN FARIAS)



Juan Farias, el magnífico Juan Farias, nos acaba de dejar hoy, 11 de junio. Rescato un artículo que escribí hace tiempo y publiqué en CLIJ  (Juan Farias, el maravilloso mundo de lo cotidiano”, año 14, nº 140, julio-agosto 2001, pp. 7-23).como homenaje a este gran escritor y mejor persona.

“PORQUE SE ESCRIBE COMO SE ES” (DATOS BIOGRÁFICOS)

                Juan Farias, que se define a sí mismo “como un tipo flaco, con las orejas desabrochadas” (1), no entiende a quien pueda importarle su biografía y se sorprende que interese si es gallego o si tiene hijos o si le gusta la mar. A Juan Farias le interesa contar historias y eso es todo o... ¿es sólo el principio?

                Juan Farias Díaz-Noriega nació en Serantes (A Coruña) el 31 de marzo de 1935. Estudió náutica y se embarcó en la Marina Mercante. Ha dado dos veces la vuelta al mundo y sigue viajando con sus amigos -los que están, los que se han ido-, con los personajes literarios, con sus hijos, con su mujer... Juan Farias sigue ese viaje fascinante que es la vida, lleno de luces y de sombras. “Porque ¿hay aventura más emocionante que la de vivir día a día? Vivir para ver a la familia como un gran barco desplazarse en el tiempo. Pasar los terribles temporales que lo hacen ponerse de punta, disfrutar las calmas chichas que es cuando los chicos duermen, el perro está en el jardín, y uno ve las cuentas y comprueba que están bien. Lo cotidiano, lo más simple es emocionante, lo es el ver crecer a los hijos -es lo que más me gusta en este puñetero mundo- las deudas, la relación familiar, los proyectos, las broncas... Esto es lo que pienso, lo que golfeé, pirateé, pirateé, navegué, si enumero una por una la lista de golfancias, las tengo todas, pero ninguna tan emocionante como la aventura de vivir lo de cada día” (2).

                Siguiendo con su quehacer literario, ha escrito guiones para radio y televisión y fue director de la serie “Un personaje, un cuento” que emitió TVE en 1976. Ha colaborado en el programa “La mansión de los Plaff” y “Crónicas de un pueblo”. En 1973 ganó el Premio Nacional de Guiones, aunque podemos señalar otros trabajos para la televisión: “Un clochard del Siglo XVIII” (19868), “Los sueños del señor Vivaldi” (1969), “Don Juan” (1974) y “Cuestionario a Proust” (1976).

                Ahora bien, Juan Farias siempre se ha mantenido fiel a sus principios y ha sido coherente con ellas. De ahí que opine “que quizá la mejor programación infantil, la más deseable, sería aquella que aumentando la calidad y el atractivo, viese disminuir, por su propio y apetecido efecto, el número de adictos y esto en beneficio de algún que otro libro, los charcos de primavera, los perros sin padre conocido y otras causas capaces de poner en marcha el talento de un niño con ganas de vivir” (3).

                Empezó a escribir para el público adulto, aunque, poco a poco, sus intereses lo han llevado a la literatura infantil y juvenil: “Una vez sí quise ser escritor. Me lo tomé en serio. Decidí denunciar, hacer novelas de estilo y tendencia: realismo social. Pero estas cosas ocurren cuando uno se cree adulto (lo cual es una memez importante). Cuando te curas, si es que aún te gusta escribir, escribes desde el alma. Y entonces, curiosamente, sin pretenderlo, haces literatura infantil o juvenil...” (4).

                De todas formas, y estamos de acuerdo, para Juan Farias existe una sola literatura, la literatura en mayúsculas, lo demás son tonterías: “Creo que la literatura (además de ser un delicioso juego de invierno) es, al fin, una declaración de principios, un acto de impudor por parte de quien escribe, una forma de pelear a fuerza de sonrisas y de lágrimas” (5).



“UN NIÑO ES ALGO MUY SERIO” (LITERATURA INFANTIL)



                Para Juan Farias “literatura infantil es aquella que no se le cae de las manos a un niño. Todo lo demás son formas de enredar la madeja. Yo, particularmente, cuando escribo para niños me preocupo sólo de que el resultado sea comprensible”. Es más, con esa economía estilística que lo caracteriza y esa socarronería gallega, comenta el paso de la literatura para “adultos” a la “infantil” y no fue él quien lo dio porque, como queda dicho, no distingue tipos de literatura o subliteraturas: “Un buen día -dice- alguien decidió que mis historias eran historias para niños. Fue un crítico despectivo, un culto de alto octanaje que me dejó en la miseria y no por herir mi vanidad (que ésa es de corcho) sino porque, de ser cierta aquella afirmación, me obligaba a escribir bajo una disciplina más rigurosa” (7). Y bien es cierto que quedó atrapado por el público infantil y juvenil porque “cuando escribe para un niño, está obligado a recuperar la esperAnza”. Y ése es el favor que no hizo ese crítico severo y despectivo.

                A Juan Farias no le interesa mucho escribir para adultos, “esos alegres muchachos que organizan un par de tiberios por minuto”, sin embargo le interesan los niños y da lo mejor de sí para ofrecerles historias consecuentes, sin rutinas, sin endulcoradas peripecias, historias reales de ahora y de siempre. Ésa es, para el escritor, la inversión en el futuro porque “un niño es algo muy serio, quizá lo más serio, un niño es siempre la esperanza de una revolución inteligente, primero será niño y luego redentor” (8).



LA LITERATURA NO ES UNA CARRERA DE BICICLETAS” (PREMIOS)


                Juan Farias desconfía de los premios: “De los premios no hay que hacer ni caso. Más de un premio nacional es una componenda política. Muchas veces los jurados no leen lo que se presenta. Los premios no sirven para nada. En todo caso pueden ser un chiripazo que le abra las puertas a un novel. Bueno, si es para eso, vale. Pero a un “profesional” sólo le justifica un buen trabajo. Lo positivo de los premios es que le dan unos duros al ganador. Es un juego que no me gusta. La literatura no es una carrera de bicicletas” (9). Pese a eso, Juan Farias ha sido y es un autor premiado y de gran prestigio literario. Así que no podemos dejar, si queremos dar una visión amplia de su obra, de mencionar estos premios, no todos, por cierto, dedicados a la literatura infantil:

-1960. Premio de Novela Corta Santo Tomás de Aquino, Universidad de la Laguna por Después amanece.

-1964. Premio Ciudad de Oviedo por Los niños numerados (reeditado por Lóguez en 1996).

-1973. Premio Nacional de Guines.

-1980: Premio Nacional de Literatura Infantil a la creación por su obra Algunos niños, tres perros y más cosas. Obra seleccionada en el VI Simposio, organizado por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez en junio de 2000 como una de las cien obras de la literatura infantil española del S. XX).

-1984: Lista de Honor del IBBY por la obra Años difíciles.

-Lista de Honor del Premio CCEI por Años difíciles.

-Lista de Honor del Premio H. C. Andersen por  Años difíciles.

-1985: Lista de Honor del Premio CCEI por El Barco de los Peregrinos.

-1989: Mención a la Narrativa del XI Premio Europeo de Literatura Infantil “Pier Paolo Vergerio” de la Universidad de Padua, Italia, por El niño que vino con el viento.

-Ha sido incluido varias veces en la Lista de Honor de la CCEI y en White Ravens de la Biblioteca Internacional de Munich.

-1994: Premio Fundación Santa María por El hombre, el árbol y el camino.



“VIVIR, SIEMPRE VIVIR” (INFANCIA Y ESCRITURA)



                Dicen que la verdadera patria del hombre es la infancia y debe ser verdad en el caso de Juan Farias porque él recuerda su infancia y retoma entre todos los recuerdos la figura de su padre, el contador de historias que tanto le influyó: “Cuando yo era pequeño -nos dice- tenía cinco hermanos y un padre mágico. Mi padre, que tenía un vozarrón de ogro bondadoso, solía leernos en voz alta. Gracias a mi padre mi memoia se fue llenando de héroes” (10). Gracias a su padre, pues, entraron a formar parte de la vida de Farias, de su experiencia como niño y, posteriormente, como adulto, John Silver, Oliver Twist, Huck Finn, Alicia, Dick Turpin, la Biblia, Pedro y las habichuelas mágicas y tantos otros. Entre estos héroes podemos mencionar a Lázaro, aquel niño que fue niño con Juan, aquel niño que hizo las travesuras de su edad, aquel adulto que se fue labrando la vida con Juan; aquel hombre desengañado que recuerda sus andanzas y se las sigue contando a Juan, porque para él no hay autores, sino libros. Eso es lo importante: “Sin Huck y otros, sin Lázaro y Alicia, sin tantos, yo, sin duda, sería otra persona, a lo mejor obsesionado por cambiar de coche o ascender. Si soy como creo que soy, se lo debo a ellos, a algún amigo, a algún amor y a esas tantas cosas que alimentan los sueños” (11).

                Juan Farias escribe para compartir con los demás lo que siente, lo que ha visto, lo que opina; aunque huye de la trascendencia de los mensajes. No cree que deba transmitir nada más allá de la emoción literaria en aquello que escribe: “En cuanto a mensajes, no se me ocurre caer en esa trampa. Yo escribo, si es que escribo, y punto. Las consecuencias que las saque el lector” (12).

                A alguien que opina así, evidentemente, ya lo hemos visto, ni le interesan los premios ni mucho menos la fama, esa idea tan traída y llevada de notoriedad pública, eso a Juan Farias no le importa, ni siquiera lo toma en serio: “Si tuviera fama, la metería en un frasco raro para ir a venderla al mercadillo; tome señorita, fama de escritor, échese una poca en la solapa y presuma. la fama es una memez, incomoda más que otra cosa” (13).

                Sin duda, Juan Farias escribe de lo que conoce y lo hace con sinceridad, con fuerza y con esperanza. Y no se pierde en escenarios insólitos o maravillosos, no describe otros mundos ni se evade, no lo necesita porque en su vida, en lo que le rodea, en lo que ha contemplado y ha escuchado, en lo que aprendido encuentra más emoción que en lo irreal y fantástico: “encuentro más emocionante lo cotidiano, más inverosímil y a veces maravilloso, lo cotidiano” (14).

                Cree, y así lo iremos desentrañando, que la verdadera aventura es vivir, enfrentarse a las realidades. En la imaginación está la llave que nos abrirá las puertas de la libertad, porque sólo el que conoce ama y eso es lo que parece querer transmitir Juan Farias. ¿Para qué hablar de dragones y princesas si hay otras realidades tan especiales como ésas a nuestro alrededor?. “Si hablamos -dice Farias- de seguir la Ruta de la Seda, explorar el Ártico o correr el París-Dakar, lo más posible es que, a la vez que una ilusión, creemos un desencanto. Son cosas que no están al alcance de todos.

                Pero si la aventura que proponemos consiste en doblar la esquina más próxima, si está en el contorno cotidiano, si conseguimos despertar la curiosidad por lo que un niño ve todos los días con la indiferencia que da la rutina, si rompemos la indiferencia, entonces habremos hecho un buen trabajo” (15).




“LITERATURA SOCIALMENTE ÚTIL” (LÍNEAS ARGUMENTATIVAS)



                Intentar parcelar la obra de Juan Farias es poco menos que inútil porque él huye de esas clasificaciones que lo encasillan: “Creo que mi literatura puede ser cualquier cosa menos un ejemplo de realismo crítico. Pero no quiero discutirlo. No me gusta discutir mi trabajo” (16). No obstante, si queremos ser medianamente rigurosos, podemos tratar de establecer una clasificación, aunque muy general, por supuesto, pero que nos permitirá iniciar el trabajo:



-Novela histórica: aquí entraría, sin duda, el magnífico retablo que es la trilogía dedicada a Media Tarde, Años difíciles, El barco de los peregrinos y El guardián del silencio; podemos añadir también, entre otras, Los pequeños nazis del 43.



- Novela que se centra en la aventura de vivir, en la realidad, en lo cotidiano, sin hechos extraordinarios y con un vocabulario asequible para los lectores. Serían, por poner unos títulos, El niño que vino del viento, Los Corredoiras, Los apuros de un dibujante de historietas, La costa de los galgos... y otros más.



-Novela de denuncia social, estas historias son las que acercan a los niños la verdad de la vida, los hechos duros, los personajes marginados, la tristeza. Estos libros critican la realidad sin concesiones: Los mercaderes del diablo, Algunos niños, tres perros y m vivo. Su compromiso, por lo tanto, está con la vida. Ni más ni menos. Él escribe para ser entendido y a ese tipo de literatura la llama “literatura socialmente útil”.

                Juan Farias no rechaza ningún tema por difícil o escabroso que sea y los trata todos de esa manera tan personal y honesta, tan característica. Así, lo acabamos de mencionar, no es extraño que sus historias aborden los temas de la guerra, las diferencias sociales, el suicidio, la venta de niños, el hambre; pero también el amor, la ternura y la valentía. Todos ellos van unidos por la coherencia narrativa del autor que suele implicarse en lo que cuenta; aunque de una manera distanciadora. Así, desde lejos, desde esa reflexión externa, llega a lo más profundo, a la fibra humana, a esa lugar que, por no saber muy bien cómo llamarlo, lo llamamos alma. Un ejemplo sería el personaje de Nuria, la niña con una deficiencia de Un tiesto lleno de lápices.  Sobre Nuria, dice el autor: “Nuria es real, existe, la conozco desde hace años con su deficiencia suave. Lo más enternecedor de Nuria es su madre, esa mujer sólo tiene el deseo de morir un día después de su hija.”



”NUNCA PASA NADA ” (ESCENARIOS)



                Juan Farias centra siempre sus relatos en una realidad -que puede existir o que es un sueño, no importa-. Sobre esa realidad va levantando el edificio de pasiones y deseos de sus personajes. Jamás operan en el vacío. Juan Farias se centra en la sociedad rural, no alude a la gran ciudad -en todo caso para rechazarla-, se centra en los pequeños pueblos, esos en los que todo el mundo se conoce; pueblos que se dedican a la pesca o al campo. Generalmente, las narraciones se inician presentando, de manera rápida, pero muy poética, ese escenario que no es indiferente a los personajes; sino que se convierte en uno más, en pieza indiscutible del relato. Así dice Magdalena Vásquez Vargas, y estamos plenamente de acuerdo, “Muchos de sus libros se inician describiendo el lugar en donde suceden los acontecimientos, el cual es frecuentemente un pueblo de campesinos o de pescadores. La caracterización que se hace de él es similar en todos sus libros, pero el tratamiento literario es distinto. Hay momentos en que se llega incluso a constituirse en personaje” (17).

                A la sombra del maestro transcurre en un pueblo de Galicia, pequeño también, de esos que, en principio, son anónimos, pero que si lo miramos bien, descubrimos un trasfondo sólido y singular.

                Ronda de suspiros se desarrolla en un pueblo tan efímero como el título de la obra: Puebla del Viento. La historia es pura ficción y se desarrolla en otro pueblo de Galicia, en un pueblo mágico que bien pudo existir por la alusión al mar, a las gaitas, a las brumas, a las costumbres, aunque Farias oculta el origen del pueblo, su localización:  “No pregunte rumbos ni pida mapas, que no tengo respuesta. Escribí esta historia dictado de un duende y los duendes, señor, son poco dados a decir dónde están las ínsulas de los cuentos” (18).

                Miradonde es otro pueblo especial que sigue, desde tiempos remotos, exactamente igual. Es uno de esos pueblos en los que parece que nunca pasa nada: “El lugar de Miradonde ni crece, ni encoge, como otros. De siempre, son siete casas de pescadores, la taberna de Paco y la ermita de San Benitiño, todo a orilla del mar, detrás de las dunas y sobre las rocas” (19).

                Miradonde vuelve a aparecer, de forma tantalizada en el tiempo, en Ismael, que fue marinero: “La aldea se llama Miradonde y está donde acaba el Mundo, arriba, al noroeste de casi todo, sobre los acantilados, por encima del vuelo de las gaviotas. Miradonde, con estar en la línea de la costa y ser marca para que combien rumbo los barcos que hacen el cabotaje, no tiene puerto ni sotavento que le dé abrigo. Aquí la línea de la costa es roca abierta a la mar y un anaco de playa a la mar abierta. Caminos de barro y piedra, casas, pocas, de piedra enmurgada en la cara que da a la lluvia, el humo a salir entre las lascas de pizarra de las techumbres, y hay días que el humo no sube, que el peso del aire lo hace bajar, a que se enrede en el suelo y con el aliento de quien pase. Aquí todo es románico, todo, la iglesia, mi casa, el cura, las casas, el caldo de berzas, el olor de los establos y el andar de la gente” (20).

                Otro de esos pueblos medio desdibujados es el de La isla de Jacobo. Aquí el enfrentamiento o el contraste se da gracias a la visión de Jacobo, del niño, entre dos pueblos separados por el río y el puente romano. A un lado está el pueblo viejo, el típico pueblo antiguo, con castillo, iglesia y cigüeña y, al otro, está el pueblo nuevo, sin nada que lo distinga porque allí todos los pisos son iguales. El río baja sucio por los residuos de la fábrica y la vida rural que tanto ama el abuelo está condenada a desaparecer de antemano. Algo similar se denuncia en El último lobo.

                Y no sólo hablamos de pueblos, sino de las calles, los lugares concretos por los que transcurre la vida; así lo vemos en La cuesta de los galgos, la calle del mismo nombre en que vive Pedro con su familia, o el callejón en que habitan los Piñeiro: “Los Piñeiro vivían en el Paso de Degolladores, un callejón estrecho, tanto que Xenso, si se ponía en el medio, con los brazos abiertos, tocaba su casa y la de enfrente” (21).

                Quizá el pueblo más emblemático de la narrativa de Farias sea Media Tarde, el pueblo que parece estar en sazón y que sucumbe al olvido, a la tristeza: “media Tarde es un pueblo pequeño y sin importancia. No puede aparecer en los mapas ni figura en las enciclopedias”  (22). Un pueblo comparable al Macondo de García Márquez o al Región de Juan Benet.

                Precisamente es esa guerra que no acaba de pasar de largo la que da el golpe de gracia al pueblo que, por insignificante que fuese, tenía vida. El pueblo en El guardián del silencio se queda con un solo habitante, Justo, que tal vez ni sea real. El pueblo se pierde en la memoria y finaliza de manera dolorosa como si nunca hubiera importado a nadie: “Media Tarde tiene el color de la tierra en agosto. Ya no está en la ruta de las cigüeñas. Busqué recuerdos de todo lo que había oído contar. Encontré alguno, pero deshecho o comido por la maleza. Media Tarde, que no aparece en los mapas, que no figura en las enciclopedias, ha muerto consumido por la soledad” (23).

                Vamos viendo que podemos identificar estos lugares con la Galicia natal del autor. Algunas veces, pocas, Juan Farias da nombre a los escenarios y entonces sí se sitúan “en el mapa”, como diría el mismo, aunque nunca son historias de ahora, sino del pasado. En Bandido hay continuas alusiones a la Tuy medieval y Los pequeños nazis del 43 se desarrolla en el Lugo de la inmediata posguerra.

                La Galicia mítica, la musical, la brumosa, la marinera y la soñolienta es la que ha calado en la mente y en el sentimiento de Farias; pero “Hablamos de una Galicia que ya no existe, que quizá nunca existió más que en mi memoria. Después de vivir tanto, empiezo a pensar que el mundo, y todo, es una visión personal, que cada uno de nosotros vivimos en un planeta distinto. Soy yo, y no Galicia, quien tiene que creer en los ánimos, en otra vida, en otra dimensión distinta. Mis juegos de infancia, mis ensueños, mis pesadillas le dan forma a la Galicia que vive en mi memoria” (24).

   

“CADA LIBRO ES UNA MÁQUINA DEL TIEMPO” (SITUACIÓN TEMPORAL)



                Los espacios que retrata Farias son ya evocaciones, son restos de lo que fue, hablan de un pasado que no existe, de unas costumbres, de unos usos que ya se han ido. La literatura de Farias destila mucha melancolía. Así, suele escoger a algún personaje anciano como portavoz para que deje constancia, a la manera de un abuelo cariñoso, a los niños de esa España que ya no existe, que ha sido devorada por la industrialización, por el crecimiento urbanístico, por los intereses de todo tipo; aunque esos no son sus únicos temas.

                Juan Farias se distancia de lo que cuenta y eso le permite dar una visión más real, sin añadidos, sin compromisos personales, sin ideas sesgadas. Se aleja de lo que cuenta, pero a la vez se involucra porque en sus imágenes tremedamente poéticas y nostálgicas va un tiempo que ya no es, pero que nos marcó. Es el caso de la guerra en Media Tarde: “La guerra no pasó sobre Media Tarde como sobre otros pueblos. En otros pueblos mataban a la gente a cañonazos, deshacían las casas a cañonazos o con las bombas de los aviones. En otros pueblos la gente pasaba más hambre y más miedo” (25).

              Es el pueblo de Martín Piñeiro; “Han pasado setenta años y en el puerto todo sigue igual, algún barco de bajura, barcas, trajinar de pescadores y un enjambre de gaviotas alborotadas que se apaga al caer el día” (26).

             O es el paso del tiempo y el recuerdo: “Que a Martín le gusta volver despacio, por las calles que ya se quedan vacías, que la gente de ahora, por culpa de los televisores, se retira pronto, y así Martín puede, de camino a casa y por los caminos de la memoria, saludar a la gente de antes, a los que ya no están en el censo de los vivos. Martín saluda y ellos también sonríen” (27).

              E, incluso, es Juan el Viejo que pasea con su nieta Maroliña y recuerda su propia vida y desgrana, para la niña, su infancia, su juventud y su vejez porque conocer la propia realidad, de dónde venimos es esencial para enfrentarse al futuro: “Don Paco solía decir: -Uno tiene que saber dónde vive. Y nos sacaba a dar clase de eso. Íbamos con él, por las calles, que nunca fueron muchas, viendo cosas que veíamos todos los días, la casa donde vivió el verdugo, el puente que hicieron los romanos para invadir sin mojarse los pies, la campana de la iglesia, que es de bronce, y la pagó el pueblo, a escote, los legajos del ayuntamiento, en los que queda escrito cuándo naciste y de quién eres hijo, por qué hay una rana a los pies de la imagen de San Froilán...” (28).

                A Juan Farias no es que no le interese el presente, al contrario, lo que ocurre es que necesita dejar reposar lo que cuenta, lo que observa, lo que ve para poder tratarlo con mayor contención y efectividad: “... primero hay que dejar que las ideas reposen, que el tiempo las depure; el tiempo, mejor que tú, sabe lo que la historia tiene de superfluo” (29).

                Los tiempos que evoca Juan Farias son los de la guerra, los de la posguerra y los tiempos remotos, casi mágicos, de la Edad Media, aunque tampoco rechaza aquellos aspectos de la realidad inmediata que le son necesarios para seguir expresándose. Con todos ellos teje un mimbre literario de primera calidad para que el niño actual no tenga que renunciar ni a su historia ni a su pasado. Al fin y al cabo, parece querer decirnos, vivimos una especie de eterno retorno, conviene no olvidarlo: “En Miradonde hoy es igual que mañana y que antes. El amor y la muerte siguen siendo el afán y el fin, quizá los dos la misma cosa, no lo sé ni voy a ponerme a pensarlo” (30).



“SI LA MAR LE DA LICENCIA” (EL MAR)


                El mar o la mar es una realidad presente en muchas de las historias que nos cuenta Farias, ya sea la playa, la costa, los barcos pesqueros o el deseo del propio mar. Muchos de los niños protagonistas viven en pueblos pesqueros y saben de la dureza de esa vida porque el mar no es siempre aventura para los personajes, sino el medio de ganarse la subsistencia diaria. Al polizón de El barco de los peregrinos le llama la atención que los marineros del barco no sean gentes duras, sino que deseen volver a casa:  “Yo iba de grumete en un barco donde el capitán no era heroico ni satánico y la tripulación sólo quería volver a casa” (31). Precisamente en en esta novela, el barco recibe el nombre de Aturuxo, término importante para el autor porque con él ha bautizado a su propia casa.

                En Grumete es el padre de Ismael, de 10 años, quien lo enrola como grumete en el “Catoira”, un barco de cabotaje que supondrá la mejor aventura para el niño, un viaje iniciático.

                El mar puede ser tranquilo, manso, apetecible: “Amaneció con la mar casi en calma y por primera vez en mi vida pude ver cientos de peces voladores. Saltaban sobre las olas y eran como puñados de luz o plata al sol. tenían alas de cristal” (32).         El mar es también ansiedad, la puerta hacia nuevos mundos, motivo para dejar volar la imaginación: “Pedro cogió su caja de colores, su cuaderno de dibujo y dibujó la mar. Y en la mar dibujó un barco de vela. Y en el barco, un capitán pirata, con una pata de palo y un loro en el hombro, que perdía la paciencia porque no había enemigo a la vista.” (33).

                Y es, como dijimos, el lugar de trabajo, causa de angustia y de desazón, pero también de alegría y de esperanza. Veamos un par de ejemplos de Los Corredoiras: “Y corrió a la Punta de la Nécora, que es la que más se adentra en la mar. Allí estaban las otras mujeres, y todas esperaron bajo la lluvia y el viento, durante el día y la noche, a veces iluminadas por el destello del faro de San Cidrián, a veces por el relámpago”. “Pasó la noche, y al alba, con la marea baja, saliendo la luna casi a la par que el sol, amainó el viento. Los barcos pudieron hacer la maniobra, dejar la capa y aproar a tierra” (34).

                El mar, pues, va ligado a los recuerdos de Juan Farias y no hace falta ser demasiado atinado para relacionarlo con su propia biografía, pero resulta esclarecedor que sea el propio autor quien nos lo cuente:

                “Un siempre escribe apoyándose en la memoria, incluso cuando imagina viajes a la luna o cosas fantásticas. De jovencito, y aún de hombre, fui marinero, tengo mucha mar encima de los huesos, muchos  silencios, distancias, vientos y soledades. (...). La mar es una parte importante de mi vida, toda una enorme masa de recuerdos, experiencias, afectos y sobresaltos, con los que se puede completar no una sino cien historias. La mar, como el amor, da mucho de sí” (35).



“LOS DÍAS DE MARTÍN NO HACEN RUIDO” (NIÑOS Y ANCIANOS Y PADRES)



                Los niños no son los protagonistas esenciales de su obra; sino, más bien, son los ancianos, aunque quizá tampoco sea así exactamente. Tampoco son los ancianos los protagonistas sino sus historias, mejor aún. los niños que ellos fueron un día. El abuelo Martín, en Los caminos de la luna, es un ejemplo admirable de lo que queremos decir. Martín, ya anciano, acaba por entender a su abuelo y le brinda un homenaje: “Tardé años, tuve que vivir mucho, crecer y hacerme viejo para saber a dónde se iba el abuelo. El abuelo, memoria adentro, se iba a tener veinte años, a tocar el tampor en la feria de Celanova, a mirar de reojo a la pequeña bailarina de ojos claros y sonrisa triste, a mi abuela cuando ella aún no sabía que iba a serlo” (36). El abuelo de Por donde pasan las ballenas es también muy consciente de esa infancia que se ha ido, aunque no perdido: “Han pasado los años, muchos, y todo sigue igual, nada se mueve más deprisa. Si tu paciencia te trajo a esta postdata, ya sabes de la infancia de un hombre común, de un pescador que al alba de todos los días sale a la mar, si la mar le da licencia” (37).

                En el recuerdo de un anciano se concentra toda la experiencia de la vida, todo el porvenir y la nobleza que intenta transmitir a los niños que parece que aún saben escuchar. De todas maneras, los padres y las madres son también personajes esenciales en varias de sus historias, puesto que Juan Farias suele centrar lo que cuenta en el plano familiar:



-En Los Corredoiras Andrés y Manuela son los padres de Pedro y Marta, aunque Andrés muere en el mar. Eso desencadena un cambio en la vida de su mujer y sus hijos que, de repente, tienen que crecer.



-Martín, en La infancia de Martín Piñeiro, es el abuelo que vive con su hija y que recuerda. A Martín le gustaría tener grandes historias que contar a su nieto Nicolás, pero no puede competir con las modernidades (Supermán, la televisión...).



-Jacobo, en La isla de Jacobo, es el niño que gracias al abuelo aún tendrá una herencia, aunque le toque vivir en un mundo distinto, industrializado.



-Juan el Viejo, en Los caminos de la luna, sabe mucho de  todo y quiere transmitírselo a su nieta, en quien siembra el poso de la ternura: “Aquel día pasaron más cosas y me acuerdo de las más importantes, de un cachorro de palleiro, que lloraba porque no encontraba a su madre, del sacristán, a medio afeita, de Anselmo, el municipal, haciendo equilibrios en la torre del reloj para adelantar el reloj un cuarto de hora, y del sol, que vino a caerse dentro de aquel charco y me deslumbró cuando iba a ver reflejadas las piernas de Marola” (38).



-El abuelo de Pedro, en Un cesto lleno de palabras, trabaja en una imprenta y le regala un cesto lleno de palabras que le sirven para crecer y para recrear su vida.



-Juan y sus padres, en El estanque de las libélulas, tienen una vida difícil porque son pobres, pero tienen la entereza y el amor suficiente como para enfrentarse a la vida con alegría, pese a las injusticias.



-El abuelo es el cómplice del niño en Por donde pasan las ballenas:  “Cuando todos dormían y papá roncaba, el abuelo vino a mi habitación, de puntillas, con las zuecas en la mano, queriendo no hacer ruido”. “Claudio y el abuelo, sentados en el poyete de la entrada, debajo de la glicina, veían la mar y llevaban cuenta de lo que pasaba” (39).



-Acabamos con la referencia a un padre y a una madre que nos parecen especialmente bien descritos. Son los de Un tiesto lleno de lápices. La madre es una mujer valiente, que se ocupa de sus hijos, de la casa y lo hace con entereza, pese a tener una hija especial como Nuria, como comentamos ya. Y el padre es un hombre imaginativo, un hombre que contagia la alegría de vivir, que sabe crear, con sus dibujos, otros mundos e involucrar a sus hijos en ellos.                     


“EN CASA NO SUELEN PASAR COSAS SORPRENDENTES”     (LO COTIDIANO)



                Lo que cuenta Juan no es nada que no pueda o haya sucedido ya. El niño narrador de Un tiesto lleno de lápices nos ayuda a entender el universo de Juan Farias. Este niño quiere escribir e intenta hacerlo sobre su familia:

                “Pensé que primero debía hacer un poco de historia, contar quiénes son mis padres y cómo se conocieron, dónde nací y qué día, cuántos hermanos tengo y cómo se llama cada uno”.

                “En casa no suelen pasar cosas sorprendentes, todos los días se come a la misma hora,  no hay cocodrilos en el pasillo, papá no es el delantero centro de la Selección Nacional de Hockey, ni yo soy el segundo hermano del Conde Drácula”.

                “No pasa nada.

                Llueve y no me dejan ir de pesca.

                No tengo muchas cosas que contar.” (40).

                Este niño que, inicialmente, piensa que no vale la pena escribir sobre lo cotidiano, acaba sumergiéndose en su propia familia y descubriendo las grandes alegrías y sorpresas que le depara su vida diaria. Que no pase nada no quiere decir que no sea digno de ser contado. Este niño se da cuenta de que lo que le rodea es fascinante y ésa es la apuesta que hace Juan Farias con el lector.

                Algunos niños, tres perros y más cosas contiene una serie de cuentos preciosos en los que se valora la imaginación, se desdeña el aburrimiento y se demuestra que las cosas menos importantes son las que, al final, más cuentan, como un catalejo, una cinta azul, un pobre perro perdido o dos pájaros enamorados.

                Juan Farias se introduce en la vida de los pueblos, en sus fiestas, en sus dolores y en el transcurrir de los tiempos. Alude, a menudo, a la verbena de San Juan como un momento mágico en la vida de las gentes. También hace mucho hincapié en el paso de las estaciones, que marca el sucederese de los años y que, en fin, señala el proceso que todos los niños han de seguir: crecer.

                Juan Farias subraya la capacidad del ser humano para sobrevivir en tiempos difíciles y superarlos. Lo vemos en Bandido o en Los mercaderes del diablo.

                En suma, el autor busca lo esencial de la vida, pan vino, orujo, un buen pesaco, cebolla, un trozo de queso... cosas que parecen ínfimas, pero que contienen todo un mundo. Muestra el valor de la amistad y de la solidaridad, del afecto, de la entereza. Juan Farias entiende que no hay humillados, sino sólo quienes los humillan. Juan Farias no cubre la realidad con colores, sino que la destapa, pero no de manera dramática, sino cotidiana. la vida, parece decirnos, es así y eso es todo: “Me gusta lo cotidiano. Creo que vivir es una aventura emocionante. Enamorarse, odiar, ser odiado, querer, ser querido, crecerse o llorar de impaciencia... Si queréis rodearlo de chinos, de naves espaciales, de zombies, o de lo que os plazca, hacedlo. Pero no será literatura si dentro no tiene seres humanos. Por otra parte, recordad que lo exótico, para un tipo de Tokio, es que en Pontevedra toquen la gaita” (41).

                Hay algo en Farias que encandila, que emociona, que inspira ternura y ese algo es quizá la buena literatura, su humanidad, porque Juan Farias no escribe historias de niños para niños, sino historias y punto, como él diría.


“LAS COSAS EXISTEN EN CUANTO TIENEN NOMBRE” (EL NARRADOR)



                Juan Farias se distancia, sí, pero a la vez adopta la personalidad de otro narrador y puede ser un juglar o es el niño protagonista o es el abuelo o es el escudero de Amadís de Gaula, pero todo entreverado de la riqueza propia de la literatura oral: “Yo diría que la literatura oral va por delante de las otras y disfruta de auténtica libertad, hasta el punto de permitirse formar o deformar un idioma . La literatura escrita es más lenta y padece de vanidad: cree, ingenuamente, en su importancia y perennidad” (42).

                En A la sombra del maestro el narrador es un anodino escribiente municipal que, un día, empieza a contar las cosas y descubre que es un buen observador de su pueblo; pero esto no sucede porque sí, sino porque “se le encienden los espejos”, esto es, se enamora y el amor le da ánimos y nuevas perspectivas.

                Juan Farias suele acudir a formas orales a la hora de entrelazar sus palabras. En Los Corredoiras no es extraño encontrar fórmulas como “y aún vive, señor”, “no sé si tengo dicho”, “no recuerdo”, “ya usted sabe”. Lo mismo sucede en Por donde pasan las ballenas: “ya sabes”, “créeme”, “deja que te cuente”, “ya te lo tengo contado”...

                En Carmela y el vagabundo se cuentan dos historias antiguas y ejemplares y las cuenta Juan Farias al estilo de aquellos cuentos de viejo que se contaban al amor de la lumbre para ejemplificar, para mostrar el alma humana.

                En La espada de Liuva el narrador es como un juglar que muestra la historia como un hecho legendario:

                “Liuva, señor, el héroe de esta historia, vivió en tiempos de Maricastaña, cuando aún se hablaba de dragones y encantamientos, cuando la mar no tenía más orilla que ésta y el sol, según el buen entender de los sabios,  iba de un lado a otro por la gracia de un Dios creador, el artífice de los siete días, el que separó la luz de la oscuridad” (43).

                Hacia la mitad del relato, el narrador se presenta y esa presentación aporta una novedad al relato, puesto que no es el autor quien cuenta, sino el propio narrador. “Yo, señor, en aquel tiempo, me llamaba Gandalín y era escudero de Amadís de Gaula” (44).

                Es sobrecogedor el final, y allí no sabemos quien habla realmente, si el narrador o cualquier narrador del mundo porque como dejamos dicho en algún momento de este estudio, a Farias le interesan las historias ni quien las cuenta. Copiamos el fragmento por su belleza y por su valor en el punto que tratamos: “Me preguntará, señor, cómo puede haber sido Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, y estar hoy aquí atendiendo esta computadora en la que debo registrar nombre y número fiscal de quienes compran pan a plazos. Le diré que esto bien puede ser a fuerza de cumplir años, dos mil o más, que estuve con Moisés en el paso del mar Rojo, que cargué la pólvora y los fideos que Marco Polo trajo, desde China, a la Serenísima República de Venecia. Y más, que fui criado de un poeta rico y de un político honesto que vivió a mediado del siglo XVIII. Es muy simple. Unos viven años y otros, no sé si por olvido de la muerte o voluntad de Dios, cumplen siglos y hasta milenios. También puede ser, pienso, que a fuerza de lecturas, como vino a pasarle a más de uno, me pueda permitir el lujo de subir y bajar, de ir y venir por la historia real y las imaginaciones, que cada libro, señor, es en sí una máquina del tiempo” (45).



“Y NO DIJO MÁS Y DIJO MUCHO” (ESTILO)



                Juan Farias no obvia las situaciones más duras y critica aquellos aspectos de la sociedad que no le gustan, como el quiero y no puedo, la ambición desmesurada, la avaricia, la falta de valores, el progreso sin sentido y la humillación a que son sometidas algunas personas por parte de aquellos que se consideran superiores.

                De manera socarrona, irónica muchas veces, va marcando su propio territorio y dejando claras unas cuantas verdades indispensables. Como, en La costa de los galgos, cuando desaparece una de las chicas del pueblo y las gentes se quedan despiertas esperando, oliendo la desgracia. Al final, se sienten decepcionadas porque no ha pasado nada terrible ni irreparable.

                Mediante frases sencillas, con muchos puntos y aparte, economizando medios, de una manera concisa y muy concentrada, Farias va llegando al fondo de las cosas. Parece aplicar la máxima conceptista de Baltasar Gracián, “Lo bueno si breve, dos veces bueno”. O sino, leamos un ejemplo de Años difíciles:

                “Pasó un tanque,

                un capitán a caballo,

                treinta o cuarenta soldados a pie

                y un camión.

                Iban a la plaza”.



                Esta sobriedad estilística, en ningún momento está reñida con la poesía, con el uso de figuras retóricas que embellecen sus frases y añaden nuevos matices a lo que cuenta. Como no pretendemos hacer una lista de figuras retóricas, comentaremos en general que figuras aprecen más, y, por supuesto, no nos resistiremos a poner algún ejemplo



             El paralelismo se ajusta muy bien al estilo sobrio y acumulativo del autor que deja para el final lo más importante:

                “En Media Tarde había cinco mozas de buen ver:

                la hermana de Macario, que no era bizca,

                la nieta de don Diego, que era bajita y gorda,

                la cuñada de Angustias, que tenía el pelo rojo,

                la sobrina del cura, que era muy amable,

                y una prima de Juan de Luna, que tenía los ojos azules” (Años difíciles).



                 “Se dio pan a una vieja que robaba pan.

                Se puso en el cepo a un tabernero de los de media de vino, media de río.

                Se encerró en un convento al doncel que quiso matarse por amor.

                Se juzgó a Xusto” (Bandido).



                “A nada, a cruzar la plaza donde los viejos jugaban a la petanca.

                A nada, a decir buenos días a éste y al otro y sonreír al decirlo.

                A nada, a dar un grito y alborotar a las palomas” (Un cesto lleno de palabras).



                La personificación, que le sirve para dar a las cosas matices humanos, para insertarlos en la historia como personajes más:



                “El sol, de salir, se entretenía en los patios, enredaba con las nubes y perdía el tiempo por los tejados, a calentar el lomo de los gatos” (La infancia de Martín Piñeiro)



                “La barca, tres metros y poco de eslora, blanca, aparejada con una latina azul, en cuanto se supo con viento, empezó a vivir” (La infancia de Martín Piñeiro)



                “A mí y al viento nos gusta verle las piernas” (Por donde pasan las ballenas)



                “El viento, el sueño y el tiempo tomaron una decisión y el padre se quedó dormido un día y otro, una semana, un mes y otro mes, un año y otro año y otro año...” (Algunos niños, tres perros y más cosas).



                “El catalejo, impaciente, se estiraba más que nunca para descubrir la ventana y a mi abuela, tan guapa, tan viejecita encantadora, sonriente, asomada para darle la bienvenida con una sonrisa y un delicado pañuelo de encaje de Camariñas” (Algunos niños, tres perros y más cosas).



                Son también frecuentes las antítesis, que le sirven para oponer conceptos opuestos, las anáforas para ponderar una idea y las metáforas. Por otro lado, Juan Farias conoce bien el idioma del pueblo y maneja con soltura refranes y frases hechas, así como la paradoja, que le permite ironizar de manera distanciadora, pero efectiva.

                En suma, estos son los rasgos, de manera esquemática, más efectivos del estilo de Farias. Él añade: “Uno debe decir lo que quiere con precisión y brevedad. Me aburro cuando cojo un libro al que le sobran páginas. (...) Me entusiasma que me cuenten historias, pero me molesta lo superfluo” (46). Juan Farias sigue las propuestas de Italo Calvino, esto es, la levedad, la rapidez, la exactitud, la visibilidad y la multiplicidad.



“HABLAMOS DE OTRA COSA QUE ES LA MANERA DE DISTRAER A LAS TRISTEZAS” (OTROS ASPECTOS)



                Habría, por supuesto, tantos otros aspectos que tratar de la producción de Juan Farias que aquí no podemos ya comentar para no dilatar demasiado este estudio, aunque sí quisiera esbozar algunos otros puntos que otro día bien podríamos analizar. El amor, sin ir más lejos, es un tema presente en muchas de las novelas de Farias, el amor de la pareja y el amor en general. En Ronda de suspiros el amor, en todas sus formas, mueve el mundo y le da sentido, a la solterona, al avaro, a los niños, a la madre soltera, al medio tonto y al pobre. A todos.

                Bandido es otro ejemplo de historia breve que debe leerse despacio por toda la carga de denunicia que conlleva. Es la historia de un ladrón más bueno que el pan, es la historia del hambre y de la miseria, pero también del amor y del cariño.

                Farias relata como nadie el paso del tiempo, lo hace con una mezcla de ternura, de nostalgia y de sentimiento de pérdida y de soledad porque todos los ancianos que recuerdan lo hacen con melancolía porque no sienten ser ya viejos, sino que el mundo que para ellos fue importante desaparezca y a eso se resisten, como se resiste Farias. Frente al olvido, emerge grande y poderosa la memoria que es el antídoto que nos ofrece nuestro narrador.

                Otro de los aciertos de Juan Farias es la inclusión de notas a pie de página en algunos de sus libros, lo cual no suele suceder en la literatura infantil, pero que amplía el vocabulario y la visión de los lectores acerca de las cosas y de los nuevos contenidos, aunque nunca pretenden ser motivo de actividades académicas. De ésas huye el autor. La literatura ha de ser placentera, no obligación.

                ¿Qué busca, en definitiva, Juan Farias? Busca denunciar las guerras y explicarlas a los niños, lo cual no es tarea baladí; busca darle la vuelta a las cosas y ponerlas en su justo sitio; busca contar historias breves y contundentes; busca recordar, aportar nuevos puntos de unión entre el pasado y el presente; busca darse a él mismo unas cuantas respuestas. Quizá la más importante de todas, por lo difícil que es, sería obtener la respuesta al porqué de la vida y, por cierto, al porqué de esa otra compañera que no la abandona, que es la muerte. Eso acaso quiere explicarse el autor: la vida y la muerte hermanadas a través de la literatura, pero sin estridencias, porque, después de todo, el paso del tiempo, el paso de las estaciones, crecer, hacerse adulto, enamorarse, llegar a la vejez, seguir viviendo son sólo escalas de un mismo camino.


NOTAS A PIE DE PÁGINA
                            


(1).  “Entrevistamos a ... Juan Farias”, en Peonza, 34, 1995.

(2). “Charla de Juan Farias”, en Papeles de literatura infantil, nº 9, febrero, 1989, p. 11.

(3). “De niños, aventuras, televisión y otras cosas”. Cedido por el autor.

(4). José Ignacio Bermejo Alonso: “Hemos entrevistado a Juan Farias”, en Encuentros, nº 7, diciembre 1995.

(5). En carta 25-1-1990.

(6). En carta 22-1-1990.

(7).  “Juan Farias habla sobre Juan Farias”, cedido por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez.

(8). Cf. nota 3.

(9). Cf. nota 4.

(10). Juan Farias: “La creación literaria en la radia”, en Actas del II Simposio Nacional de Literatura Infantil, Ávila, 1982.

(11). CLIJ, 30, p. 28.

(12). Cf. nota 4.

(13). Isabel Cano: “El autor y su obra”, Primeras Noticias, año XV, junio.julio, nº 119, 1993.

(14). En carta 25-1-1990.

(15).  Cf. nota 3.

(16). Cf. nota 13.

(17). Magdalena Vásques Vargas: “la transformación de los pueblos en la narrtativa de Juan farias”,  Lazarillo, nº 1, año 2000.

(18). Ronda de suspiros, pág. 11

(19). Por donde pasan las ballenas, pág. 25.

(20). Ismael, que fue marinero, págs. 10-12.

(21). La infancia de Martín Piñeiro, pág. 20.

(22). Años difíciles, pág. 6.

(23). El guardián del silencio, págs. 136-137.Ed Gaviota.

(24). Cf. nota 4.

(25). Años difíciles, pág. 46.

(26). La infancia de Martín Piñeiro, pág. 56.

(27). Ibid, pág. 76.

(28). Los caminos de la luna, pág. 46.

(29). Cf. nota 13.

(30). Ismael, que fue marinero, pág. 107.

(31). El barco de los peregrinos, pág. 54.

(32). Ibid., pág. 44.

(33). Un cesto lleno de palabras, pág. 21.

(34). Los Corredoiras, pág. 12-13.

(35). Cf. nota 13.

(36). Los caminos de la luna, pág. 88.

(37). Por donde pasan las ballenas, pág. 123.

(38). Los caminos de la luna, pág. 87.

(39). Por donde pasan las ballenas, págs. 17, 27.

(40). Un tiesto lleno de lápices, págs. 16, 57.

(41). Cf. nota 4.

(42). Cf. nota 10.

(43). La espada de Liuva, págs. 9-10.

(44). Ibid., pág. 36.

(45). Ibid. págs. 121-123.

(46). Cf. nota 13.



                BIBLIOGRAFÍA DE JUAN FARIAS



EDITORIAL LÓGUEZ:



                “Los niños numerados”

                “Los pequeños nazis del 43”



EDITORIAL MARPOL



                “El perro sin rabo”

                “El mapa y los pájaros”



EDITORIAL ESPASA-CALPE



                “Algunos niños, tres perros y más cosas”

                “Un tiesto lleno de lápices”

                “Cuarenta niños y un perro”

                “Grumete”

                “Por donde pasan las ballenas”



EDITORIAL BRUÑO



                “Los apuros de un dibujante de historietas”

                “La infancia de Martín Piñeiro”

               









EDITORIAL ANAYA



                “El hijo del jardinero”

                “La fortuna de Ulises”

                “Anacos de pan de millo”

                “Los caminos de la luna”

                “Los cuadernos de Diego”

                “La costa de los galgos”

                “Un cesto lleno de palabras”



EDITORIAL SM



                “Carmela y el vagabundo”

                “Las cosas de Pablo”

                “Ronda de suspiros”

                “El hombre, el árbol y el camino”

                “La espada de Liuva”

                “Los mercaderes del diablo”

                “Los Corredoiras”



EDITORIAL EDELVIVES



                “Cuando Arturo se escapó de casa”

                “Desde el corazón de las manzanas”





EDITORIAL ALFAGUARA



                “A la sombra del maestro”



EDITORIAL EVEREST



                “Los duendes”

                “La posada del séptimo día”

                “Ismael, que fue marinero”



EDITORIAL RIALP



                “La isla de Jacobo”



EDITORIAL SUSAETA



                ”La isla de las manzanas”

                ”El niño que vino con el viento”

                ”Por tierras de pan llevar”

                ”El último lobo”

                ”Bandido”

                ”El estanque de las libélulas”



EDITORIAL GAVIOTA



                “Crónicas de Media Tarde”:

                               -”Años difíciles”

                               -”El barco de los pereginos”

                               -”El guardián del silencio”













































               

                                                                                                             







                                                                                                                            











                                                                                                                            


1 comentario:

  1. Hoy en nuestra Biblioteca guardamos un minuto de silencio.
    Aprendimos a quererlo a través de sus libros, que ya forman parte de nuestro corazón.
    Un saludo apenado desde la "Biblioteca Xoán Farias", en Serantes, Ferrol.

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