martes, agosto 30, 2011


La niña que podía volar
Victoria Forester,
Montena, Barcelona, 2010.


La niña que podía volar es un relato acerca de las diferencias y de lo difícil que es, a menudo, ser distinto en un mundo en el que se tiende a la homogeneidad. Parece que todos hubiéramos de seguir un dictamen y si alguien se sale de la fila está perdido o se le tacha de excéntrico o de imprudente o, lo que es peor, se le arrincona y ningunea. Por eso, novelas como la que estamos comentando, suponen una bocanada de aire fresco para los lectores. Piper es la protagonista y tiene un secreto enorme: puede volar. Es algo que ha descubierto sola, por sus padres, temerosos, no saben cómo enfocar el tema y es algo que le llevará a descubrir su talento y su potencial. Piper acaba ingresada en una escuela especial con unos chicos especiales y en unas condiciones especiales. La idea del centro, cuyas siglas son DEMENTE, es unificar a los seres vivos y quitar de en medio a aquellos que destacan por cualquier cosa. Lo dirige la doctora Hellion que, en principio, se muestra encantadora, pero que también esconde un secreto. Piper y sus compañeros preparan un plan de huida porque se dan cuenta de que lo que quieren hacer con ellos y no están dispuestos a renunciar a sus dones naturales que, bien mirado, pueden ser muy útiles para la sociedad.
La niña que podía volar está narrada en tercera persona de una manera ágil y directa. Su autora, Victoria Forester, escribe fluidamente, con sencillez, pero sin obviar ningún detalle. No pretende escribir una novela de fantasía, de magia o de aspectos sobrenaturales, sino una novela realista, que muestra lo positivo que es distinto y que, al fin y al cabo, todos somos distintos. Si Piper sabe volar y goza con ello. ¿Qué inconveniente hay? Para llegar a esta conclusión hace falta un largo camino lleno de escollos que solo las personas positivas, como Piper, son capaces de superar.
Interesa mucho destacar el friso de personajes que aparecen en el relato, desde los padres de Piper, una pareja entrañable, hasta los compañeros del centro –con seguridad Conrad es la mejor creación- pasando por la doctora Hellion y una serie de personajes más, como la intrigante del pueblo de Piper que goza sembrando chismes y que acaba, como se dice coloquialmente, con “dos palmos de narices”.
Por otro lado, en la novela también hay una clara crítica hacia los valores que predominan en la actualidad donde el tener es más importante que el ser y en donde las apariencias pueden ocultar mucho dolor y confusión. Lo que realmente es esencial para estos niños con dones es que los quieran y acepten, que se sepan parte de una familia. Eso es lo único que importa.
La niña que podía volar, está llena de momentos líricos, de gran fuerza literaria, como cuando un grillo, también especial, se pone a cantar con todas sus fuerzas y hace que muchas de las corazas se vengan abajo o cuando uno de los niños, el tímido Jasper, recuerda de repente cuál es su don y lo aplica con total vehemencia. La solidaridad, el saber parte de un grupo, el sentirse amparado, la autoestima y una serie de virtudes positivas presiden el relato y permiten que el lector, joven o adulto, pueda reflexionar acerca de sus propios comportamientos.
Es una novela coral que merecería una adaptación cinematográfica.
















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