martes, noviembre 08, 2011



Víctor y los romanos,
Maite Carranza. Ilustrado por Agustín Comotto
Barcelona, Edebé, 2011.



Víctor Llobregat o Víctor Yubakuto, como a él le gustaría ser llamado, cree que está al punto de cambiar de vida y ni se imagina hasta qué punto. En la anterior entrega, Víctor y los vampiros, lo dejamos emocionado porque iba a empezar en un colegio nuevo y porque, además, tenía también dos nuevos amigos, los Bel, Yoyo y tormenta. En la segunda aventura, Víctor y los romanos, Víctor comprende que los cambios no siempre son para mejorar. Y si bien ha dejado atrás a una profesora por la que sentía antipatía, ahora se da cuenta de que, en el colegio, forma parte de la banda de los “pringaos”. Ni los Bel ni su amigo mutante, el Melón, ni el propio Víctor, son capaces de enfrentarse a Barbero, el líder de la clase, el más bruto de todos y un peso pesado difícil de esquivar.
En este nuevo curso, Víctor aprenderá qué se siente formando parte de la minoría, aparte de descubrir lo importante que es la amistad y lo difícil que puede ser llevarse bien con su familia o, simplemente, llevarse.
Víctor tiene dos hermanos mayores, una chica y un chico. Aurelio es en especial un hermano extraño de definir, grande, peludo, excéntrico y… con un precioso portátil que se convertirá en parte esencial de esta aventura. Además, le ha dado por hablar en inglés, con lo cual la comunicación no resulta del todo fluida.
Toda la familia de Víctor le aconseja qué ha de hacer en clase para triunfar, todos lo hacen y ninguno acierta.
Por otro lado al tutor del grupo, Rafa, no se le ocurre otra cosa que llevarlos de colonias a Tarragona para que, en una especie de juego de rol, se repartan entre dos bandos, los romanos y los íberos. ¿Adivinamos a qué bando pertenece Víctor?
Víctor y los romanos, de Maite Carranza, es un texto muy meditado que se lee de forma fluida. La autora, sin duda alguna, ha pensado muy bien en cada una de las características psicológicas de Víctor y sus amigos. Gracias al sentido del humor y a las ocurrencias chispeantes de la banda de los íberos se demuestra que las peores situaciones pueden superarse sin aparentes traumas. De otra manera, Víctor no levantaría cabeza porque le pasa de todo. Desde enemistarse con su mejor amigo, Melón, hasta sentir celos de Yoyo, pasando por la impotencia de perder el ordenador de su hermano y por varias humillaciones a que lo somete Barbero; pero Víctor tiene un arma genial: su inventiva, su gracia a la hora de inventar apodos y esa especial socarronería con la que cuenta los peores sucesos, que a otro le amargarían la vida. Hay momentos muy especiales en el libro, como cuando se alude continuamente al viejo Monopoly de la abuela del Melón que más que un regalo es una condena, ya que, como piensa Víctor, mejor que nuestros padres no nos regalen ningún juguete especial, ya que con ello lo que hacen es regalar “recuerdos” y es difícil jugar con eso por su carga emocional.
Maite Carranza aprovecha para demostrar que la historia no es ningún rollo, que puede explicarse de forma festiva y directa, como sucede aquí gracias  también a las viñetas de Agustín Comotto. El lector conocerá a Julio César, sabrá quien era Augusto, descubrirá los entresijos de los íberos y aprenderá por qué los romanos invadieron la Península, y todo ello sin lecciones espesas ni grandes solemnidades.
Víctor y los romanos es un libro muy divertido, que se lee deprisa, porque las aventuras son continuas y las reflexiones de Víctor son tan acertadas y ocurrentes que el lector tendrá la impresión de que es él el único receptor. Nadie más que un niño de la edad de Víctor entenderá los pequeños detalles que conforman una amistad y que los adultos hemos olvidado. Víctor sabe que “cuando tu mejor amigo te dice que esa noche te llamará para preguntarte de qué llevarás el bocata al día siguiente, el resto de las cosas no importa”. Claro que no.

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