sábado, abril 12, 2014



 El disco de Troya,

María García Esperón,

Gente Nueva, Cuba, 2013.


En 2004, María García Esperón recibía el Premio Barco de Vapor en México por El disco del tiempo. La escritora ya planteaba en el relato alguno de los temas que más le interesan, como la relación entre pasado y presente. Situaba en el plano contemporáneo a tres jóvenes, Nuria, Philippe y Marco. Años después, en 2010, recibíamos la segunda entrega de la serie, El disco del cielo. Pues bien, 2013, ha sido el año de la culminación, con El disco de Troya.

En esta ocasión, son los mismos personajes, aunque se observa una evolución importante puesto que, si bien siguen siendo jóvenes, han madurado y, en su horizonte, aparecen nubarrones que amenazan con separarlos o con crear alguna desavenencia. Nuria y Marco emprenden una carrera hacia atrás para tratar de dar respuesta a los enigmas que quedaron abiertos en El disco del cielo. Philippe, por su parte, parece tener un trabajo estable de París, aunque acaba, de igual manera que sus compañeros, enfrentado al ayer y al mañana.

En El disco de Troya se teje y desteje el origen de todas las peripecias humanas. Es, por decirlo así, una lección de humanidad, de las pasiones que mueven a los humanos desde que el mundo es mundo; pero no solo eso, porque va más allá y ahonda en el misterio de la vida y la muerte. Vida y muerte, al fin, en El disco de Troya, aparecen enfrentadas o, mejor dicho, complementadas. El poder, la gloria, el afán de la grandeza… se empequeñecen en un momento cuando el humano se sabe pequeño, finito y mortal. Es lo que les sucede a los personajes de El disco de Troya, a los arqueólogos e investigadores adultos, cercanos a la vejez; a los tres jóvenes e, incluso, a los personajes históricos, Demonax, Escamandro, el rey Dárdano…, todos acaban entendiendo que están solos frente al destino, que no hay dioses que valgan, que nadie les protegerá porque no hay nada cierto en la vida… ni en la muerte. De ahí que, algunos, acudan a ciertas prácticas demoníacas para tratar de acercarse a la grandeza perdida. Es como si el ser humano, ángel caído, quisiera, jugando a ser dios, pero un dios innombrable, oscuro y siniestro, enmendar la plana al destino.

Hay también varios símbolos que apelan a lo esotérico, como la Égida, que, para algunos, es el pasaporte a la eternidad; para otros, no es nada; pero todos luchan por conseguirla. Parece que se repitan los errores y los tropezones. Napoleón, Hitler… son personajes mencionados en el texto como eslabones de de la cadena humana, que, no siempre, camina en línea recta.

Los ritos acompañan a los personajes, del ayer y del hoy. No somos tan distintos y acaso nos sentimos tan solos como Dédalo, uno de los personajes más potentes de toda la trilogía. Dédalo es, en definitiva, quien da sentido a la obra, quien arroja algo de luz, quien tropieza y se levanta y el más cuerdo entre todos los mortales.

María García Esperón escribe con vehemencia, acompaña a sus personajes, no juzga, pero desvela, corre cortinas, se introduce en la intimidad de sus criaturas y las convierte en seres vulnerables y, a la vez, cercanos.

Pasado y presente, como en una rueda que diera la vuelta, cara y cruz de una misma moneda, amor y dolor, vida y muerte, poder y pobreza, dios y demonio, ambición y renuncia… son elementos dicotómicos que María García Esperón emplea con maestría para tratar de cerrar un enigma, aunque, ahora que lo pienso, no es cerrar lo que quiere, sino abrir. Abre la caja de los truenos y, al terminar el libro, aún tenemos más preguntas, aunque nos sentimos más acompañados por todas las voces que nos precedieron. Paladión antiguo frente a Paladión moderno. Al fin y al cabo, es lo mismo.

El disco de Troya
puede leerse de forma independiente, aunque el lector se enriquecerá si lo hace de manera ordenada. Así, quizá, logre entender un poco más la importancia de los oráculos porque, al fin y al cabo, los tres discos son oráculos que acaso aún sean vigentes, que acaso estén por cumplirse. ¿Qué somos sino juguetes en manos de un titán?


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