miércoles, mayo 21, 2014






Mamá me grita,
Alberto Sobrino, 
Amigos de Papel, 2014 



Con Mamá me grita se rompe el estereotipo de madre tierna y abnegada, de madre dulce y esforzada porque Alberto Sobrino nos presenta a una madre normal, de carne y hueso, a una madre que pierde los nervios y que no necesita ser perfecta para ser una buena madre.
Su hijo, un pequeño de unos 4 o 5 años, hace un retrato perfecto de esta mujer que, de la noche a la mañana, no para de gritar, de dar instrucciones, de acompañar a su hijo en el proceso de su crecimiento. El pequeño, mientras, contrasta su visión con la de su madre: su madre grita cuando él, por ejemplo, no quiere la cena y se la da al perro o cuando no quiere levantarse por las mañanas o cuando sigue jugando en el parque o cuando se pelea con su hermana, Su madre grita y ese grito, lejos de ser un grito espantoso, es un grito de amor porque, y aquí está el secreto mejor guardado de esa madre, su mejor grito es cuando le dice a su hjo que lo quiere.
Mamá me grita es un relato, escrito en primera persona, que gustará tanto a los hijos como a las madres porque es un texto directo, divertido, realista y rompedor. Con seguridad, el pequeño disfrutará de su lectura, sobre todo, si es su propia madre quien se lo lee y se descubre a sí misma detrás de esos gritos que, al niño, no le causan el menor trauma.
Mamá me grita está escrito e ilustrado por Alberto Sobrino. Las ilustraciones, exageradas, cargadas de simbolismo, muestran a una madre, todo boca, y a un niño que no se inmuta porque, como ya hemos dicho, sabe el secreto de su madre: su madre lo quiere, luego lo demás no importa.
A menudo las madres se sienten culpables porque no siempre responden al rol que, supuestamente se espera de ellas, porque están cansadas, porque se enfadan, porque, claro que sí, gritan a sus hijos. Pues bien, el pequeño narrador de Mamá me grita viene a demostrales -a demostrarnos- que no importa, que lo único que importa es que esa madre imperfecta quiera a su hijo y eso es lo único que el niño detecta, incluso envuelto en gritos. Eso sí, como último guiño al lector y a la madre: "¡Apaga la luz!".
También puede servir de reflexión para los adultos ya que se contrastan las dos visiones, la de la madre y la del niño. A veces, tras una conducta incorrecta, desde el punto de vista del adulto, se esconde un mundo muy rico en donde el niño sigue su evolución personal. De ahí que, a veces, solo a veces, convendría dejar de gritar y guardar silencio. A veces.

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