domingo, octubre 02, 2016

El secreto del espejo,
Ana Alcolea
Ilustraciones: David Guirao,
Anaya, 2016

El secreto del espejo surge de la necesidad que siente su autora, la escritora aragonesa Ana Alcolea, de contar historias; pero no solo eso, sino que lo que le fascina a Ana Alcolea es la vida de los objetos, aquello que quienes los poseyeron dejaron en ellos y aún existe. De ahí que en sus novelas suela generar enigmas en torno a aquellos enseres que acompañan al ser humano, ya sea una caja azul, un medallón, una caja de música, unas cartas o, como veremos en el libro que nos ocupa, un extraño espejo.
De alguna manera, Ana Alcolea penetra en la esencia de lo humano, en sus estados de ánimo, en sus miedos, anhelos y cuitas a través de sus objetos más preciados. Hay algo mágico en los restos del pasado y eso a la escritora le atrae poderosamente y quiere contarlo porque ella necesita dar respuesta a sus propias preguntas, a sus emociones y lo hace de la mejor manera que sabe: escribiendo.
En esta ocasión, nos encontramos a personajes ya conocidos de su anterior novela, El secreto del galeón. Marga y Federico, los arqueólogos que investigan en pasado, siguen su trabajo en el Museo de Zaragoza; más bien Marga, porque Federico es un alma inquieta y no para en ningún sitio; al menos de momento. Su hijo, Carlos, el joven adolescente sensible, sigue su relación con Elena, su compañera de clase, bailarina de ballet, intuitiva y llena de contradicciones. La novela arranca cuando el abuelo de Carlos, un señor mayor viudo, celebra su segundo matrimonio con Paquita, una mujer mayor también que, de alguna manera, intenta ocupar su lugar en la familia, aunque sin lograrlo del todo. La reflexión en torno al amor que puedan sentir las personas mayores, los ancianos, es respetutosa y conmovedora. El abuelo de Carlos, que acaba de casarse con Paquita, no olvida a su primera mujer jamás y siempre, incluso en el viaje de bodas, lleva sus cenizas en la maleta. Este hecho que puede llegar a ocasionar momentos  grotescos está cargado de simbología y, por supuesto, de amor.
Como suele hacer Ana Alcolea, hay otra historia paralela, del pasado que entronca con la del presente. En esta ocasión aistimos, en el siglo I d. C., a la huida angustiosa de Ylda, una joven esclava de los druidas que, de forma fortuita, ha logrado escapar a una muerte ritual. Ylda se encomienda continuamente a su diosa, la luna, a quien ofrece todo lo mejor que ella tiene. De alguna manera, se trata de una versión, cercana a los orígenes, de Blancanieves. Ylda ha vivido siete años con los druidas y ha aprendido todos sus secretos; así que no podrá salir con vida de allí; aunque, nuestra protagonista, logra huir y acaba encontrándose con unos soldados romanos, en lucha con su propia tierra, Britania, a los que deberá la vida. Viaja con ellos, salva al tribuno Claudio Pompeyo de una muerte segura y decide seguirlos. Ylda conoce el poder de las plantas, tiene una relación especial con las abejas y la miel y ama a su tierra, aunque debe dejarla atrás; pero se lleva una rama de brezo con ella. Su futuro parece que se halla en Roma, pero decide irse a Cesaraugusta, en pos del amor hacia la persona equivocada. Ylda madura en la antigua Zaragoza y recibe, como recompensa por sus cuidados y conocimientos médicos, una villa a las afueras; una villa que nadie quería porque parecía maldita, pero que ella hace suya y, allí, logra la paz y la estabilidad y, al fin, el amor con otro romano, Cayo Vinicio, quien siempre la quiso y nunca creyó poder alcanzarla. La historia de Ylda es una historia de esfuerzo, de lucha y de agradecimiento.
Por otro lado, el espejo, hecho con una piedra lunar, unas horquillas, un jarrón con la rama de brezo, el polvo de la verbena y unas teselas sueltas acaban en el Museo de Zaragoza en manos de Marga y Federico. Poco a poco, todo va cobrando sentido y, en sueños, Marga se siente al lado de Ylda y es ella misma quien la ayuda y ella misma quien forma, tesela a tesela el mosaico que nos devuelve el rostro de Ylda y que podemos pensar que es el mismo que ocupa la portada del libro. La portada, de David Guirao, es espléndida  y nos muestra aquellos rasgos más enigmáticos de Ylda, su pelo rojizo, los ojos verdes, la relación con las abejas e, incluso, con las serpientes. 
Carlos y Elena parecen sufrir un momento de debilidad porque Elena decide irse a Ámsterdam a completar sus estudios de ballet y a tratar de crearse un nombre en el mundo de la danza. Lo que iba a ser una ruptura incial, porque Elena arrastra un pasado complicado, se convierte en una espera y en un dejar fluir el amor de ambos para que crezca y madure.
Nos queda aún hablar de otro personaje que va y viene entre las dos historias, la gata, Hermione en la vida actual y Pamina en la pasada. ¿Qué se oculta tras la gata? ¿Los miedos? ¿Los deseos frustrados?
¿La amistad? ¿La paciencia? El lector tendrá que interpretarlo.
El secreto del espejo es una novela emocionante, muy bien documentada, incluso en los detalles más insignificantes. A Ana Alcolea le gusta fijarse, por ejemplo, en el guardián de Museo, Manolo, quien, de alguna manera es el testigo de las idas y venidas de Marga, Federico, Carlos y Elena; le gusta observar lo cotidiano como la mancha de salmorejo en los zapatos de Carlos o los limones que relacionan ambas historias. Por supuesto, entra en las emociones y nos muestra personajes redondos en su evolución que cambian y se acompasan según sus propias vivencias. Federico y Marga parecen rehacer sus vidas juntos. Carlos y Elena van a darse tiempo y seguridad. Ylda y Vinicio acaban por reencontrarse. Pamina y Hermione parecen fusionarse.
El amor, la amistad, el deseo de superación, la lucha contra las adversidades, la búsqueda del espacio personal, el crecimiento propio son algunos de los temas que encontraremos en la novela. El secreto del espejo, por otra parte, está escrita en tercera persona y va fluyendo como el agua de los manantiales. Crece, como una pieza musical, de las que tanto gustan a Elena y a la propia Ana Alcolea. C
Uno de los mensajes, aunque la escritora huye de ellos, que podemos leer en el relato, lo pronuncia el propio Vinicio cuando dice: "La vida no es eterna, y si no nos arriesgamos a decir lo que sentimos, podemos perder toda la belleza que somos capaces de crear para los demás".  Se trata, por supuesto, de sumar.


1 comentario:

  1. Muchísimas gracias, Anabel, por esta reseña tan hermosa de mi novelita.

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